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15 años pilotando Bottega Veneta

Hablamos con el diseñador alemán Tomas Maier. Y nos convence para gastarnos una fortuna en una bufanda de cachemir

A la izquierda, gabardina, jersey de cachemir y pantalón de algodón. A la derecha, chaqueta cruzada. Todo, Bottega Veneta. Sobre la mesa de caballetes, objetos de escritorio de napa trenzada y silla Director, de Bottega Veneta Home Collection.
A la izquierda, gabardina, jersey de cachemir y pantalón de algodón. A la derecha, chaqueta cruzada. Todo, Bottega Veneta. Sobre la mesa de caballetes, objetos de escritorio de napa trenzada y silla Director, de Bottega Veneta Home Collection.Laura Sciacovelli/Marco Dellassette

Para lograr una bonita simetría de cinco letras, el diseñador Thomas Maier quitó la “h” de su nombre de pila. Esta atención obsesiva al detalle define su fructífero reinado al frente de Bottega Veneta. Maier tiene 59 años y nació en Pforzheim, en la Selva Negra alemana. De padre arquitecto, estudió en una escuela Waldorf, donde el trabajo manual, la creatividad y la independencia eran más importantes que la aritmética y la ortografía.

Butaca Meta de haya y contrachapado con tapizado de piel Poltrona Frau, de Bottega Veneta Home Collection. Al fondo, chaqueta de piel y pantalón. En primer plano, chaqueta cruzada en cachemir azul, pantalón y jersey de cuello cisne. Todo, Bottega Veneta.
Butaca Meta de haya y contrachapado con tapizado de piel Poltrona Frau, de Bottega Veneta Home Collection. Al fondo, chaqueta de piel y pantalón. En primer plano, chaqueta cruzada en cachemir azul, pantalón y jersey de cuello cisne. Todo, Bottega Veneta.Laura Sciacovelli/Marco Dellassette

Allí aprendió a coser y a hacer punto. Ese tipo de formación suele generar personalidades interesantes. Maier, por ejemplo, se caracteriza por su pensamiento disciplinado y por una cierta economía del comportamiento, incluso aunque trabaje con materiales de lujo y texturas suntuosas alejadas de la terrenal preocupación por resultar asequibles. The New Yorker definió su aspecto y su personalidad como propios de un “monje hipster”: claramente inteligente, innegablemente estiloso y también algo intimidante. Porque Maier es exigente hasta la extenuación. Lo irradia. Tal vez su padre le enseñó aquella vieja verdad arquitectónica formulada por Heinrich Tessenow: lo mejor es siempre sencillo, pero lo sencillo no siempre es lo mejor.

Bottega Veneta fue fundada en 1966 en Vicenza, al oeste de Venecia, por dos empresarios locales, Michele Taddei y Renzo Zengiaro. Esto implica que, en el Panteón de las grandes casas italianas, es más veterana que Armani (1975), Versace (1978) y Dolce & Gabbana (1985). Gucci se fundó en 1925, así que tiene más solera. Pero desde 2001 Bottega Veneta pertenece al grupo Kering, un conglomerado empresarial liderado por Gucci.

Desde el principio, Bottega Veneta se especializó en artículos de piel artesanales de muy alta calidad. Muchos de sus productos se identifican al instante gracias al intrecciato, una técnica local que consiste en trenzar tiras de piel muy finas según un patrón agradable a la vista y también duradero, que envejece de forma gloriosa.

Chaqueta de lana, jersey y pantalón de piel con cremalleras Bottega Veneta. Sobre la cómoda de madera y ante, lámpara Murano en cristal marrón. Todo, Bottega Veneta Home Collection.
Chaqueta de lana, jersey y pantalón de piel con cremalleras Bottega Veneta. Sobre la cómoda de madera y ante, lámpara Murano en cristal marrón. Todo, Bottega Veneta Home Collection.Laura Sciacovelli/Marco Dellassette

La ética de Bottega Veneta ha consistido siempre en dejar que el producto hable por sí solo, y por eso tiene alergia a los logos visibles. Sin embargo, durante el auge del marquismo en los noventa, cayó en la tentación de lo comercial. Los ingleses Katie Grand y Giles Deacon tomaron el control creativo e introdujeron iconografía pornográfica y chispeantes detalles metálicos. Bottega Veneta acabó al filo de la bancarrota. Hay que mantenerse fiel al punto. O, mejor dicho, al trenzado.

Así que en 2001, Tom Ford, que por aquel entonces mandaba en Gucci, pidió a su viejo amigo Tomas Maier que tomara cartas en el asunto. Los dos se habían conocido en París, cuando Tomas trabajaba en Hermès. “Su nivel de gusto siempre me ha impresionado”, confesaba Ford a propósito de los muebles y las creaciones de su nuevo fichaje. Los cambios no se hicieron esperar, y Maier introdujo en Bottega Veneta el tipo de disciplinas que podrían esperarse de un monje hipster. “Quiero diseñar prendas que combinen intelecto, emoción, artesanía y funcionalidad”, explica a ICON. Durante su primer año se concentró en el diseño y no dio entrevistas ni hizo publicidad. El primer producto bajo su jurisdicción fue el bolso Cabat, sin logo y elaborado con intrecciato. Quince años después, sigue produciéndose y vendiéndose.

En 2005, Maier presentó su primera colección de moda femenina para Bottega Veneta. Sin embargo, no era suficiente. Para el alemán, la resurrección de Bottega Veneta tenía que ir más allá. “No me veo capaz de limitar la firma al hombre o la mujer, porque lo importante es la actitud, una filosofía de vida basada en la excelencia sutil”. La primera colección masculina reflejaba su propio interés por la sastrería: chaquetas de traje con vaqueros, pero esas chaquetas tenían hombros napolitanos y un talle capaz de dar un aspecto militar hasta a un monje hipster.

Tomas contempla un bikini como si fuera un proyecto de arquitectura: ¿cómo hacer interesantes cuatro triángulos de tela? ¿Cómo estilizar las piernas de su portadora? Maier aspira a una “cierta nada”, pero los resultados de su austeridad suelen ser fabulosos. También a la hora de diseñar mobiliario. De sus incursiones en el mundo de la arquitectura y el diseño, Maier ha rescatado algunos principios extremadamente importantes. El éxito de cualquier pieza depende de cuatro factores: materiales exquisitos, funcionalidad excepcional, atemporalidad y artesanía superlativa. Sin duda, puede resultar exigente e inabordable. Cuando le preguntaron el motivo por el que el fotógrafo Robert Longo no estuviera acreditado en uno de sus catálogos, Maier respondió que esperaba que sus clientes supieran reconocer su trabajo sin necesidad de nombrarlo.

Sobrecamisa de lana, jersey y pantalón de piel con cremalleras, todo, Bottega Veneta. La silla plegable es el diseño Director en ante ‘intrecciato’ y acabados en bronce. Todo, Bottega Veneta Home Collection.
Sobrecamisa de lana, jersey y pantalón de piel con cremalleras, todo, Bottega Veneta. La silla plegable es el diseño Director en ante ‘intrecciato’ y acabados en bronce. Todo, Bottega Veneta Home Collection.Laura Sciacovelli/Marco Dellassette

Desde 2013 Bottega Veneta tiene su sede en Montebello Vicentino, una antigua casa de campo reformada a partir de principios ecológicos. Allí, los empleados se forman durante tres años en La Scuola dei Maestri Pelettieri, una academia interna que garantiza un suministro continuo de artesanos de alto nivel. Ahora Bottega Veneta vende mobiliario en Rodeo Drive (Beverly Hills) y en Via Borgospesso, en Milán. “Desde el principio tuve en mente una visión completa para Bottega Veneta que incluiría distintas categorías, creando piezas bonitas enmarcadas en una estética precisa y concebidas para seguir siendo bellas en el futuro”, explica Maier. “El diseño consiste en crear piezas que se integren en un look, en una habitación o en un espacio sin llamar la atención sobre sí mismas”.

La tienda de Milán es una miniatura perfecta de su filosofía corporativa: el Palazzo Gallarati Scotti, del siglo XVIII, tiene frescos de Carlo Innocenzo Carlone y de Giovanni Battista Tiepolo. Elegantes y ajenos al paso del tiempo, se complementan perfectamente con las puertas acristaladas contemporáneas y piezas de mobiliario moderno ubicadas en el sector gris-beis del espectro emocional. Es un escenario bello para que personas bellas vistan prendas bellas y se sienten en cosas igualmente bellas.

Al describir la colección para hombre de este otoño, Maier se vuelve autobiográfico: “La colección habla de un hombre muy tranquilo, muy seguro de sí mismo. Sabe lo que hace. No hay trampas ni ostentación. Es muy discreto pero, si te acercas lo suficiente, es muy especial”. Este tipo de simplicidad es difícil de conseguir. Cuando un periodista de The New Yorker le preguntó cómo podía justificar que una bufanda de cachemir costara 500 dólares, el diseñador explicó que, en realidad, cualquiera puede permitírselas si decide tener menos cosas. Menos, desde la mentalidad de Tomas Maier, significa más. Mucho más.

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