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Blogs / El Viajero
El viajero astuto
Por Isidoro Merino
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Seis placeres viajeros que el móvil nos ha robado

Cuando no existía el 'smartphone' viajar molaba más

Marla Rutherford (Getty Images)

Los nuevos teléfonos móviles (smartphones o celulares, si me leéis desde América) son muy listos, saben de todo, pero algunas cosas que hemos perdido por culpa de ellos también eran estupendas (o incluso mejores).

1. Escribir una carta

Con buena letra. Lamer el sello de correos como si fuese tu novia (o tu novio), pegarlo en el sobre, buscar un buzón y despedirte de la carta o la postal como si la echases al mar dentro de una botella. Cuando eras tú quien recibía una, la olisqueabas con fruición buscando su recuerdo. Con WhatsApp estas cosas no pasan.

2. Doblar un mapa de papel

¿Cuántas veces, desesperado por no dar con la calle que buscabas, has querido hacer una pelota con el plano y lanzarlo a una papelera? ¿Por qué cargar un mapa si tienes una app? Cierto es que los mapas de papel son grandes, engorrosos y encima se rompen. Para volver a plegarlos por su sitio hay que hacer un master en papiroflexia. Pero tienen su encanto táctil aunque carezcan de herramientas de búsqueda y no hablen, como Google Maps, ni te digan cuántas calorías has quemado paseando. Con un navegador GPS eres esclavo de tu móvil. Con un mapa de verdad, el dueño de tu destino.

3. Cambiar el carrete en una cámara con película de verdad

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Se te acabó el carrete. Lo rebobinas. Sacas un botecito con otro nuevo. Quitas la tapa: ¡pop! Abres el respaldo de la cámara. Quitas el rollo de película usado y lo guardas en el bote vacío. Colocas con soltura el nuevo carrete, tiras de la lengüeta de la película y la introduces con cuidado en la bobina. Cierras la cámara, mueves con el pulgar la palanca de rebobinado, disparas una vez –¡clic‑‑ y rebobinas de nuevo para poner el contador de fotogramas a cero. Pura felicidad. Es verdad que los rollos de película eran caros, y el revelado más. Pero te obligaban a cuidar más los encuadres y a mimar la exposición, sobre todo si usabas diapositivas, tan tiquismiquis ellas con el rango dinámico de luces y sombras. Disparabas con avaricia, no al tuntún como se hace ahora con los móviles y las cámaras digitales. Y conseguías hacer fotos buenas.

4. Acariciar un billete de avión impreso

Con su fino papel de calco y el logo de la aerolínea, un punto fetichista. Durante el viaje lo guardabas como oro en paño (¡ay de ti si se te perdía!), después lo conservabas como recuerdo. Se extinguió en 2008, con la llegada del billete electrónico. Ahora compras el billete, facturas, eliges asiento y embarcas con el smartphone. Procura no quedarte sin batería.

5. Llamar a casa desde una cabina

Hacerlo desde algunos países (sobre todo si viajabas por África) era complicado: había que dar con una cabina de teléfono que funcionase y juntar monedas suficientes para que la comunicación no se cortase en plena conversación. O encontrar un locutorio. Llamabas a la familia una vez por semana, para decir que seguías vivo. No estabas geolocalizado ni contabas lo que hacías en Facebook. Los viajes eran casi una aventura.

6. Reservar el hotel en una agencia de viajes

No existían los hoteles boutique, ni los poshostels, ni los hoteles de diseño, ni los hoteles tecnológicos, ni los resorts "todo incluido". Si pedías una carta de almohadas te miraban raro. Los spas se llamaban balnearios y eran solo para gente mayor. Aún no se habían inventado las Infinity Pools y no había wifi en las habitaciones y para hacer la reserva llamabas por teléfono o mandabas un fax. A falta de Tripadvisor, te fiabas de la foto del folleto o de los consejos de la agencia de viajes. Si no acertabas, las noches podían ser muy largas. O muy cortas, depende de con quién compartieses habitación.

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