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Tribuna
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El método Merkel

La canciller alemana evita la simplificación de la política, aportando datos fiables para respaldar sus argumentos

Elisa Chuliá
La canciller alemana Angela Merkel, el viernes en Bratislava.
La canciller alemana Angela Merkel, el viernes en Bratislava. LEONHARD FOEGER (REUTERS)

La prensa europea viene destacando en las últimas semanas la difícil situación en la que se encuentra Angela Merkel como consecuencia de su política de refugiados, catalizadora del fulgurante ascenso electoral del partido populista Alternativa para Alemania (AfD). Tras conseguir resultados muy notables en las tres elecciones regionales celebradas en marzo de 2016 (entre 13% y 24% del voto), esta nueva formación, tan hostil a la inmigración como a la Unión Europea, ha adelantado por primera vez a los cristianodemócratas de la CDU en los recientes comicios del Land Mecklemburgo-Pomerania Occidental. No se espera que se repita el sorpasso en las elecciones de hoy al parlamento estatal de Berlín, pero, según las encuestas, AfD podría conseguir en torno al 15% de los votos, solo pocos puntos por debajo del partido de la canciller.

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Mientras estos aldabonazos electorales se suceden, Merkel soporta en su propio entorno críticas más o menos directas y vehementes a su política de refugiados. Son bien conocidas las procedentes de la CSU, el partido hermano (aunque ideológicamente más conservador) de la CDU y primera fuerza política desde hace décadas en Baviera. Pero Merkel ha cosechado también reproches entre algunos sectores de su propio partido, e incluso dentro de su Gobierno de coalición: el máximo responsable del Partido Socialdemócrata y actual vicepresidente del ejecutivo federal, Sigmar Gabriel, ha marcado distancias respecto a la política de la canciller y ha sugerido la conveniencia de topar la entrada de refugiados, algo a lo que ella se ha opuesto reiteradamente.

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La política de refugiados de Merkel ha desmentido a aquellos que, como el expresidente de la Comisión Europea Romano Prodi, la acusaron de imponer a toda Europa el control del déficit y la austeridad fiscal con el principal fin de proteger a Alemania del populismo y del nacionalismo. De haber perseguido efectivamente ese objetivo, Merkel no habría apostado por abrir las puertas a más de un millón de refugiados en 2015 y aproximadamente 220.000 en lo que va de año; ni, acostumbrada como está a “infraprometer y sobrecumplir” (como se ha escrito de ella), habría insistido en el “lo vamos a conseguir” que pronunció por primera vez en agosto de 2015, resaltando su convicción en la capacidad de Alemania de integrar a los inmigrantes.

Ante el auge de AfD, la canciller no ha propuesto dar un giro a su política ni a sus políticas, sino perseverar en unas formas y en un fondo que ha ido perfilando desde que accedió a la cancillería en 2005 y que cabría denominar el “método Merkel”. Básicamente, consiste en evitar la simplificación de la política, utilizando un lenguaje moderado e impermeable a las escaladas dialécticas, y aportando datos fiables y suficientes para respaldar los argumentos; y en expresar, siempre que surja una buena oportunidad, el compromiso con unos valores políticos que Merkel identifica no ya con la CDU, sino con la República Federal de Alemania, y que —en virtud de su propia ideología— suele nombrar por este orden: libertad, seguridad, justicia y solidaridad.

No parece una dirigente que se siente abrumada por las dificultades, sino, más bien, convencida del potencial de su país para superarlas

Así lo hizo, una vez más, en su discurso parlamentario del pasado 7 de septiembre, a propósito de la presentación del proyecto de presupuestos federales para 2017. En algo menos de media hora habló sobre la fortaleza de la economía alemana y su mercado de trabajo, sobre el aumento del gasto público en condiciones de equilibrio presupuestario (el famoso “cero negro”) y sobre las prioridades económicas y sociales de su Gobierno. Pero también trazó una visión política que denota una voluntad de plantear y afrontar públicamente los grandes retos nacionales e internacionales del país en el corto, medio y largo plazo, y una ambición de orientar a la ciudadanía y transmitirle confianza. No parece este el discurso de una dirigente que se siente abrumada por las dificultades, sino, más bien, convencida del potencial de su país para superarlas.

Con independencia de la simpatía que despierte Merkel y la valoración que merezcan sus políticas, escuchar este discurso desde España ha de provocar en muchos una mezcla de desazón y sonrojo, siquiera sea porque demuestra que el Gobierno y el Parlamento de Alemania cumplen a tiempo unos deberes decisivos (los de elaboración, discusión y aprobación del proyecto de presupuestos generales) que aquí todavía ignoramos quiénes y cuándo los emprenderán.

Elisa Chuliá es profesora de Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia.

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