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Porque lo digo yo
Columna
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Héroes

Siempre hace lo mismo; agarra al niño por los bracitos y le dice mirándole a los ojos: "Cuida de tu madre". Y sale a repartir muerte

Bruce Willi y Jane March en 'Color of Night' (1994).
Bruce Willi y Jane March en 'Color of Night' (1994). LFI/Photoshot / Cordon Press

En honor a mi tía Pepa hablaré de una secuencia cinematográfica que cualquiera ha visto en algún momento de su vida y que nos pone verdaderamente enfermas.

El héroe de la película, chamuscado y con magulladuras sexys en los pómulos —los malos se cuidan de no dejarle la nariz como un botijo o saltarle los incisivos—, empuja a una mujer aterrada y a su hijito rubio de pelo ensortijado por un edificio en llamas lleno de terroristas y espíritus.

Cuando llegan a la habitación sin salida, o al inesperado pasillo que acaba en verja —qué os pasa, arquitectos—, el héroe siente que ha llegado su momento. Bruce Willis y siempre hace lo mismo; agarra al niño por los bracitos —repito: bracitos— y le dice mirándole a los ojos: "Cuida de tu madre". Y sale a repartir muerte.

Cuida de tu madre, dice. El imbécil. Porque ese tío es imbécil. Si piensa que en una habitación en la que hay un adulto y un niño de 6 años en serio peligro lo más sensato es depositar la responsabilidad de sobrevivir en el crío, ese tío no tiene luces para abrir un pistacho, qué queréis que os diga.

Yo he visto a madres fuera de sí levantar un coche con las manos porque a su niño le ha pillado un piececito la rueda. Mi madre me llevó al hospital en albornoz conduciendo con una mano mientras con la otra taponaba el río sanguinolento que brotaba de una brecha en mi cráneo de dos años. Chúpese ésa, Chuck Norris.

Si yo fuera la madre aterrada y mi héroe susurrase "cuida de tu madre" como despedida, por más nerviosa que estuviese (siempre gimotean y sacuden las manos como si quisieran secarse el esmalte de uñas antes de que las maten. Podría también hablar de esta actitud de mierda, pero quiero avanzar), justo antes de nos abandonase, le agarraría a él por los hombros, le miraría a los ojos, le asestaría una patada en la bolsa escrotal tan fuerte como fuese posible, le dejaría inconsciente y le diría al niño: "Hijo, cuídate tú de ser así de imbécil de mayor". Vamos saliendo.

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