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CLAVES
Columna
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Soberanía o nostalgia

El regreso al esplendor imperial del Reino Unido es una quimera

Xavier Vidal-Folch
El líder conservador británico Boris Johnson, durante un acto para impulsar la salidad del Reino Unido de la Unión Europea.
El líder conservador británico Boris Johnson, durante un acto para impulsar la salidad del Reino Unido de la Unión Europea. ANDREW PARSONS (AP) (AP)

La presunción implícita del nacionalismo ultra inglés estribaba en que de un soplo se pueden deshacer 40 largos años de historia británica, los de su europeidad. Y que eso restauraba el orden anterior. Y se volvía al punto de partida.

Craso error, triste falacia que a tantos —muchos británicos de buena fe, indignados o desorientados— ha empezado ya a empobrecer, desde el mismo Viernes Negro.

Ocurre que el mundo ya no es el mismo que antes de 1973. Que se han sucedido dos crisis del petróleo; que se ha creado la OMC; que el proteccionismo ha retrocedido, las fronteras financieras se han desplomado y estamos en la era de la globalización (imperfecta); que los Seis son ya Veintisete; que el gran invento de Londres para rivalizar con el Mercado Común, la EFTA, hace años que está sepultado; que cayó el Muro de Berlín y desaparecieron el Comecon y el Pacto de Varsovia, y la OTAN busca una nueva identidad.

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Ocurre que el Reino Unido tampoco es el mismo. Que bastante antes de 1973 desapareció el Imperio; que las colonias se emanciparon; que la India, la joya de la Corona, se independizó en 1947; que el Mandato Británico de Palestina capotó en 1948; que la libra ya no es moneda mundial desde 1914; que la Commonwealth es solo una verbena naftalinada; que la Rolls Royce acabó como filial del Grupo Volkswagen.

O sea que el Estado-nación británico posimperial es ya imposible como entonces. Y quizá resulte fallido, si los escoceses (y otros) huyen, despavoridos ante la quiebra de lo que se les prometió para retenerlos, pertenecer a un Estado compuesto potente... e influyente en su querida Europa.

El ensayista irlandés Benedict Anderson, definió así la nación: “una comunidad política imaginada como soberana” (Comunidades imaginadas, FCE, 1993). Pronto comprobarán los nacionalistas cuántos minutos dura la soberanía imaginada en la era de la globalización. El gran historiador británico Eric Hobsbawm concluyó que toda nación es una tradición inventada para aparentar “invariabilidad”: eternidad, esa legitimidad de las piedras (La invención de la tradición, Crítica, 2012,). Y ahora los fachas británicos rizan el rizo, reinventan el falso invento. El soberanismo-único es una patraña. Mejor que a su mal le llamen nostalgia —dolor de lo conocido, ahora de lo imaginado—, sean honestos, si pueden. If.

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