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Producida en serie y pieza única

Una firma italiana crea obras singulares gracias a un acabado artístico

Una de las 'Embroidery Chair' de Cappellini.
Una de las 'Embroidery Chair' de Cappellini.Cappellini
Anatxu Zabalbeascoa

Parece un lienzo de Alberto Burri, pero es un aparador. La joven diseñadora italiana Katia Salci ha pensado que la mejor manera de disimular la enorme presencia de los armarios es escondiéndola tras algo hermoso. Con ese objetivo ha recurrido a las grietas, las ondas y los paisajes matéricos de las obras del artista italiano. Su aparador Dakka sujeta con bisagras unas puertas que, pensando en Burri, la propia Salci ha pintado a mano. Así, más allá de hacer convivir un mueble útil con un elemento decorativo, este nuevo producto fabricado por Cappellini singulariza los acabados y, por lo tanto, convierte en piezas únicas muebles que, exceptuando el acabado de las puertas, han sido producidos en serie.

Una de las sillas de Cappellini.
Una de las sillas de Cappellini.Cappellini

El aparador-lienzo de Salci convive este año en el catálogo de la empresa italiana con las butacas Embroidery Chair (sillas bordadas) del sueco Johan Lindstén (1981) que, como su nombre indica, remiten a los bordados hechos a mano. Cuatro paisajes de cuatro estaciones: unos flamencos bajo el sol estival, un monte nevado, ciervos en un bosque otoñal y mariposas primaverales, dibujan respaldos diversos en cada uno de los asientos que, como sucede con el aparador de Salci, parecen a la vez un objeto producido en serie y una pieza de decoración única. La diferencia es que los respaldos solo lo parecen porque las butacas de Lindstén no están acabadas a mano.

Una sofisticada combinación de fotografía y bordado a máquina le permite al joven diseñador declarar que sus trabajos actualizan la técnica milenaria del bordado —la misma que se diera en China, en el mundo islámico y en la cultura barroca— tecnificándola.

Una de las sillas de Cappellini.
Una de las sillas de Cappellini.Cappellini

Ciertamente los tapices de lana con los que Lindstén forra los respaldos de su butaca cuentan con el relieve, la porosidad y hasta las imperfecciones apenas visibles de los trabajos hechos a mano. Pero ¿qué dice de nuestra cultura que hayamos sido capaces de desarrollar una tecnología que permite que objetos fabricados industrialmente parezcan hechos a mano? ¿Semejante logro es un mérito o un demérito? ¿No se acerca esa paradoja a los muebles que Mies van der Rohe y otros proyectistas de la Bauhaus fabricaban a mano forzando la apariencia industrial? Lindstén asegura que él trabaja con la emoción. Y explica que personalizar una silla para convertirla en soporte de un paisaje que se puede mirar y tocar es una manera de acercarse al usuario de esa silla. No le falta razón. Pero a alguien que ha trabajado para los mejores productores de muebles —de la francesa Roche Bobois a la italiana Fontana Arte— no se le puede escapar que las emociones privadas de los usuarios no son suficiente para juzgar los trabajos como emocionantes. La huella del artesano que defendía William Morris se ha actualizado y ha sido sustituida por la versión de esa huella tejida por un telar. Veremos si somos capaces de actualizar también las emociones.

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