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Tribuna
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La antipolítica resopla

La nueva política es una suma de egos bajo la fórmula del bonapartismo y el chavismo

José María Lassalle
Pablo Iglesias saluda en Terrasa a un grupo de seguidores en mayo de 2015.
Pablo Iglesias saluda en Terrasa a un grupo de seguidores en mayo de 2015.CRISTÓBAL CASTRO

Melville nunca fue muy leído en España. Adolecemos en nuestro país de un déficit lector de escritores anglosajones y se nota. Poco Conrad, menos Faulkner y algo más de James y Shakespeare, pero poca cosa en cualquier caso. Así nos va, podría haber dicho Jovellanos, que era un anglófilo secreto. Afrontamos dentro de unas semanas unas elecciones que son la segunda vuelta de las pasadas y sería bueno enfocar su análisis desde una perspectiva literaria anglosajona. Sobre todo porque nos ayudaría a comprender que hay que operar sobre la realidad política desde una antropología pesimista que cree que si no hay voluntad de enderezar lo torcido, el futuro será siempre peor que el presente.

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Digo esto porque vivimos bajo un volcán colectivo bautizado con una fecha: 26 de junio. Con él bullen las encuestas. Las maquinarias de los partidos compiten en ver quién lanza la consigna más pedestre; los prescriptores de opinión danzan alrededor de tótemes tan primarios como obvios; e, incluso, algún expresidente que contribuyó a la crispación de estos últimos años se atreve —cual oráculo de Delfos— a hablar de concordia, mientras, eso sí, los corifeos del tuit party simplifican la complejidad del futuro que enfilamos a golpe de 140 caracteres de impune imbecilidad. En fin, que un apocalipsis feliz weimariano se dibuja en el horizonte mientras un populismo periodístico tan inquietante como el político sigue diciendo que el caos es el mejor de los mundos posibles ya que el morbo mejorará la débil cuenta de resultados de los medios de comunicación.

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Así las cosas, ¿habrá alguien que se atreva a decir que avanzamos hacia el abismo de la antipolítica a velocidad de crucero? Demostrado estos meses que la nueva política es tan cainita y mezquina como la vieja, ¿no corremos el riesgo de que emerja la antipolítica al calor de la frustración colectiva de ver que nada tiene arreglo? La próxima década será dura políticamente, aquí y fuera de aquí. Estados Unidos, Francia, Austria, Reino Unido, Alemania, Italia, nosotros, todas las democracias están contagiadas de lo mismo y todas necesitan lo mismo también: responsabilidad institucional y confianza en la política de siempre, en la que nació de la civilización jurídica y política de las revoluciones atlánticas. Algo que solo puede obtenerse si sus actores demuestran mucha virtud cívica y más aún vocación de servicio público.

Corresponde a los dos grandes partidos históricos demostrar que es la hora de la política de verdad, la que se basa en razones y no emociones

No nos engañemos. La democracia está fatigada y envejecida de ilusión. No se trata de una cuestión generacional sino de vitalidad sentimental de las propias convicciones democráticas. Ser demócrata cansa. Y si no que se lo digan a países en los que la democracia vive en estado de excepción, tal y como sucede en Israel y van camino de vivir, a su manera, Francia y quizá Bélgica. Por eso los dos grandes partidos de la democracia española tienen la responsabilidad de enderezar esta situación porque si no irá a peor. Tienen que demostrar lo que no han acreditado hasta ahora: que gobernar es sacrificar la conveniencia particular en el altar, como dirían los clásicos, de la república política. Vamos, que hay que resucitar el espíritu de la vieja república romana y asumir que gobernar es servir al interés general aunque sea impopular. ¿No nos damos cuenta de que si después del 26 de junio el panorama es el mismo aparecerá la antipolítica con nombre y apellidos, con un aparataje mediático irrefrenable y con un desenlace que nos obligará, como en Austria, a que todos los moderados e ilustrados del arco político votemos lo mismo para impedir por un puñado de votos que triunfe la sinrazón?

La nueva política ya ha demostrado lo que es: un sumatorio, a derecha e izquierda, de egos rejuvenecidos bajo la fórmula del bonapartismo y el chavismo posmodernos. La espada y la barricada quieren enfrentarse en el campo de batalla mediático y sustituir la violencia física y la guerra civil de las dos Españas por la estulticia argumentativa y los bloques de un plató televisivo. Por eso corresponde a los dos grandes partidos históricos dar la talla y demostrar que es la hora de la política de verdad, la que se basa en razones y no emociones, la que cree en los consensos y los acuerdos de Estado. De lo contrario habrá que recomendar la lectura de Melville y advertir que en la antecámara de la historia venidera resuena ya el eco de Moby Dick. Es más, ¿nadie es capaz de advertirnos que si volvemos a tropezar después del 26 de junio en la irresponsabilidad y tacticismo resoplará la antipolítica y, con ella, el fin de la democracia tal y como la venimos entendiendo?

José María Lassalle es secretario de Estado de Cultura.

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