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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Teoría del “ya no más” y del “ya más no”

Tenemos la impresión de que la transparencia es un bien, y lo es, sin duda, para muchísimas cosas

Juan Cruz
Pablo Iglesias, con su equipo, durante una conferencia de prensa en el Congreso.
Pablo Iglesias, con su equipo, durante una conferencia de prensa en el Congreso.ULY MARTIN

En los años de la Transición, que no es un papel mojado, aunque sobre ella haya llovido tanto, no había tanta prisa por salir en las teles, sobre todo porque sólo había una que, como la oficial de ahora, la administraba el Poder. No había tampoco Twitter, ni Facebook, ni estábamos los periodistas de guardia para ver quién opinaba antes sino para comprobar quién se enteraba antes. Ahora hay muchas cadenas de televisión, millones de tuiteros, y nosotros los periodistas nos volvemos locos para deducir enseguida lo que nos da la gana de cualquier cosa que se mueva. Aunque no se mueva nada. Vivimos pendientes de la opinión propia.

Todo ello facilitaba un cierto secretismo higiénico de las reuniones que se hacían, por ejemplo, para preparar la Constitución. Era tal el blindaje de las reuniones entre contrarios que tenían que cambiar de sedes y se refugiaban en casas de algunos de los reunidos para que se preservaran las discusiones que llevaran a acuerdos que hubieran parecido insólitos según el carnet de los conjurados. Tal secretismo convirtió la filtración de aquel documento constitucional, obtenido por los compañeros Sol Gallego y Bonifacio de la Cuadra, en un éxito periodístico sin precedentes.

Ahora ya se sabe qué pasa, y no es mejor, con perdón, que lo que sucedía en aquella época. Tenemos la impresión de que la transparencia es un bien, y lo es, sin duda, para muchísimas cosas; pero el exceso precipitado de todo lo que se está diciendo, en privado y en barbecho, no lleva necesariamente a acuerdos sino que más bien precipita desacuerdos adelantados, cuya explotación tiende a beneficiar al que primero los anuncia. Pero no siempre.

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Lo que ha sucedido este fin de semana es indicativo de esta situación. Se reunieron a solas y salieron de allí hablando ya; hablaron el PSOE y Ciudadanos, y se reservó Pablo Iglesias, es decir, Podemos, seguramente porque él mismo quería evacuar consultas consigo mismo, pues al día siguiente estuvo con los suyos, a algunos de los cuales (Doménech, Errejón) invitó a hablar en el escenario de su pequeña multitud. Había entregado un papel, se supone que para que lo estudiaran los contrarios, PSOE y Ciudadanos, pero ya él había deducido, por las caras que ponían los otros, que iban a rechazarlo. Y que por tanto rompía la baraja. Al PSOE le sentó fatal. ¿Y a los demás?

A Pablo iglesias le interesó contar en seguida que aquel proceso acababa ahí, y emplazó a los suyos a pronunciarse. Muy pronto dio por muerto el proceso, la verdad, quizá es que se tenía que ir a Barcelona. Lo cierto es que el joven político debe saber una historia que figura entre los grandes hallazgos de De Gaulle. El general francés puso a negociar a los suyos el final de la guerra de Argelia. Y les dio este mandato: de día tírense los trastos a la cabeza y por la noche pónganse de acuerdo. A Iglesias le pudo la prisa, ignorando que quizá Puigdemont podía esperar, y a la gente (a la gente, en el sentido que acuñó Podemos) se nos quedó cara de ya no más o, como decimos en Canarias, ya más no, qué hartura.

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