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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La culpa es de Banderas por no hablar de cine

El actor malagueño genera una polémica al comentar de las preferencia laborales de los jóvenes españoles

Jorge Marirrodriga
El actor Antonio Banderas durante la presentación de "Altamira".
El actor Antonio Banderas durante la presentación de "Altamira".Juan Carlos Hidalgo (EFE)

Cuando en un momento de su entrevista televisiva y mientras hablaba de su última película, Antonio Banderas apuntó que el “pecado endémico” de los españoles es la envidia, estaba claro que iba a liarla. No hay nada peor que mentarle a alguien su principal defecto. “¿Soberbio yo? ¡Pero si soy el más humilde de todos!”. Banderas sabe de lo que habla, porque ha sido objeto —y lo es— de esa envidia tan nuestra que convierte automáticamente en sospechoso al que triunfa en algo, a quien le va bien o, simplemente, a quien muestra su felicidad. “Aquí hay muchas risas” es una frase admonitoria que puede escucharse a diario en muchos centros de trabajo de nuestro país. No en vano Umberto Eco dio un nombre español —Jorge de Burgos— a su personaje de El Nombre de la Rosa que odiaba la risa. Y otro gran italiano, Indro Montanelli, sostenía que los necios confunden seriedad con gravedad, aunque no sabemos si lo dijo antes o después de visitar España.

Abierta la compuerta, Banderas se olvidó de su película y habló de algo que le importa mucho más: su país. Esto sí que es siempre sospechoso, al menos entre nosotros. El actor malagueño aprovechó una pregunta con la que podría haberse hecho perdonar fácilmente lo de la envidia —por ejemplo— contestando que Hollywood es un infierno, para embarcarse en una reflexión sobre la juventud y sus aspiraciones. Relató que en una encuesta —dijo que en Andalucía— el 75% de los universitarios afirmaron que querían ser funcionarios, y a continuación pronunció en la misma frase las palabras “sueño” y “esfuerzo”. Alabó a los jóvenes de EE UU que quieren ser “dueños de sus propias vidas” y acabó rematando: “con un 75% por cierto de gente que quiere ser funcionaria no se hace país, se hace país con gente que se la juega”. Claro, la lió parda.

Se puede rebatir levemente la afirmación de Banderas. Si en España la palabra funcionario no estuviera denigrada en el habla común y el servir al Estado fuera un prestigioso ejercicio de sacrificio y responsabilidad, como sucede en otras latitudes, lo preocupante sería que hubiera un 25% de universitarios que no quisieran serlo. Pero ser funcionario en España es sinónimo de tener un salario asegurado y —por culpa de una minoría que se ríe y se aprovecha del esfuerzo de la mayoría de sus compañeros— de trabajar lo justo o más bien poco. Los funcionarios son quienes hacen mover el esqueleto de la sociedad en la que vivimos y su trabajo es imprescindible e invisible. El que esa vocación de servicio sea percibida por los jóvenes como un pasaporte al privilegio es un verdadero problema.

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Pero Banderas tiene toda la razón cuando junta las palabras “soñar” y “esfuerzo”. Un joven no puede dejarse dominar por el cinismo nihilista multiplicado en nuestros días por las ocurrencias anónimas en las redes sociales. No debe permitir que sus aspiraciones se vean ahogadas por un mar de derrotismo mediocre que dispara automáticamente —la envidia— contra quien destaca. Un joven tiene la obligación de soñar y el derecho de intentar una y otra vez realizar su sueño. Eso es ser dueño de su propia vida.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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