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CLAVES
Columna
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Suplir o suplantar

En la política catalana hay mucho segundón que ocupa cargo sin haber encabezado la candidatura correspondiente

Xavier Vidal-Folch

La intervención del veterano y sutil diputado de Esquerra Joan Tardà en el debate de investidura de Pedro Sánchez debió confundir a algunos de sus votantes.

No por el contenido de sus palabras y gestos, no, sino porque habrían aritméticamente esperado que el portavoz en ocasión tan solemne fuese el cabeza de lista del 20-D, Gabriel Rufián, y no su segundo, Tardà: en lógico cumplimiento del elemental principio de ordinalidad según el que lo primero va antes.

Esquerra encumbró a Rufián como anzuelo del voto charnego del cinturón barcelonés, que presumía castellanista y tosco, en una operación de lerrouxismo inverso. Y una vez captado, va y le suplanta el protagonismo en favor de un pata negra.

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Hay precedentes. El flamante presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, no fue el número 1 sino el 3 de la lista gerundense de Junts pel Sí, que encabezó el simpatizante de Arnaldo Otegui y excelebrado artista Lluís Llach. Ya en 2007 llegó a la alcaldía de Girona de rebote, pues el abogado Carles Mascort se autodescartó, tras recibir amenazas de muerte.

Y su antecesor, Artur Mas, se escondió en cuarta posición en la cordada barcelonesa, liderada por Raúl Romeva, para no tener que responder sobre el sublime 3% en plena campaña electoral. Pero claro, sin renunciar a su candidatura a la presidencia. Aunque el sainete acabó como se sabe.

Caramba con tanta carambola en la política catalana. En tiempos se machacó el relevo sociata del alcalde Pasqual Maragall por Joan Clos, cuando aquél se retiró a medio mandato para un sabático en Roma antes de batirse para la Generalitat. Y de Clos por Jordi Hereu cuando el primero accedió a ministro de Industria. Los segundones suplían más que suplantaban, sí, pero al cabo ocupaban cargo sin haber encabezado la candidatura correspondiente.

La cosa viene de lejos, del patriarca. El inventivo ex Pujol Soley, en sí un epítome de la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo, se veía ubicuo. Pero necesitaba que alguien le llevara el día a día del partido. Inventó para Miquel Roca el cargo de secretario general “por delegación”. Un oxímoron, pues el carácter “general” equivale a plenipotenciario (si bien limitado) y la “delegación” supone reversibilidad, potencia originaria vacua. Así que con todos de empleados suplentes, Pujol suplantó a Cataluña.

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