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Tribuna
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Reescribir la historia del futuro de Europa

Ninguna alianza, imperio ni comunidad ha durado eternamente. La Unión Europea está mal, pero para evitar que empeore debemos transmitir a las nuevas generaciones nuestro pasado de guerras, ocupación, Holocausto y dictaduras fascistas

Timothy Garton Ash
ENRIQUE FLORES

Extracto de la Historia de Europa Moderna publicada por Oxford en 2045: “El comienzo de 2005 señala el apogeo de lo que se llamó el proyecto europeo. La primavera anterior, 10 países de Europa central y del este entraron en la UE, que se convirtió en la mayor comunidad de democracias de la historia europea. Existía una propuesta de Constitución europea. La moneda única, el euro, parecía sólida, y países como España, Portugal y Grecia se aproximaban cada vez más a Alemania, Francia, Bélgica y Holanda. Había sensación de progreso y optimismo. Se decía que Europa marcaba el camino como sistema regulado de orden internacional y con su modelo social. En Pekín, la UE parecía uno de los ejes posibles de un mundo multipolar que se opusiera al monopolar de George W. Bush. El estallido de una revolución naranja proeuropea en Ucrania convenció al presidente ruso, Vladimir Putin, de que la Unión, aparentemente blanda y posmoderna, era un peligro para su poder. Incluso el escéptico historiador Tony Judt escribió en su historia de la posguerra, publicada ese año: “Tal vez el siglo XXI pertenezca a Europa”.

Los años posteriores, sin embargo, demostraron que aquellos eran delirios de grandeza. La espiral, que empezó con el rechazo de la Constitución europea en los referendos de Francia y Holanda, y siguió con la crisis de la mal concebida eurozona, la anexión rusa de partes de Ucrania, atentados terroristas islamistas, un referéndum británico sobre la salida de la UE, millones de refugiados que huían de la guerra en Oriente Próximo y la pobreza en África, y el rápido crecimiento de los partidos euroescépticos y xenófobos, dejó a los líderes europeos tambaleándose.

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Por desgracia, los dirigentes de la UE que celebraron una de sus innumerables cumbres en Bruselas en diciembre de 2015 no supieron reconocer la hondura de su crisis existencial, ni mucho menos encontrar soluciones para el desencanto creciente de sus pueblos. La UE no se derrumbó de pronto igual que el Imperio Romano, como había sugerido un historiador, ni las hordas bárbaras ocuparon los palacios de Bruselas. Su declive se pareció más al del Sacro Imperio Romano: conservó sus tratados, ceremonias e instituciones, pero cada vez más vacíos y carentes de significado. Por eso la decisión oficial de disolver la Unión Europea en 2043 no fue sino el reconocimiento tardío de lo que ya era una realidad política”.

Nadie conoce el futuro. Lo anterior no es inevitable. Pero, de continuar la tendencia actual, es una perspectiva muy verosímil. Y una perspectiva que debemos evitar como sea. Winston Churchill dijo que la democracia es la peor forma posible de gobierno, excepto por todas las demás. Ninguna alianza, imperio ni comunidad ha durado eternamente en Europa, pero deberíamos querer que esta dure lo máximo posible.

En un mundo de gigantes, los países necesitan una dimensión que sólo la Unión puede darles

Muchos miembros de la clase dirigente europea pensarán que esta visión es demasiado pesimista, incluso derrotista. Algunos me acusarán de expresar “un punto de vista muy británico”, de encarnar inconscientemente uno de esos prejuicios nacionales que dicen estar derrotando. (Para crear un hogar europeo común, debemos reconocernos unos a otros como europeos de forma individual, no en función de nuestro pasaporte ni de la política de nuestros gobiernos actuales).

Sin embargo, este realismo pesimista es una base más sólida sobre la que reconstruir el vacilante proyecto europeo que la interpretación progresista de la historia (“siempre adelante, siempre mejores, siempre más unidos”) y las vanas ilusiones que caracterizan gran parte del discurso europeísta. Europa está mal, y para que empiece a curarse hay que reconocer la gravedad de la enfermedad, no negarla. Nos enfrentamos a muchos problemas —refugiados, xenofobia, eurozona, Ucrania, la posible salida de Reino Unido— para los que no existen soluciones globales, sino sólo arreglos parciales que nos permitan continuar. Este no es el momento de hacer grandes planes. Oigo una y otra vez a colegas europeos que recuperan cierta versión de la idea de una Europa de varias velocidades, con un núcleo de países en cabeza y otros países que vayan detrás o, si prefieren no seguirlos, permanezcan en las zonas exteriores de dos o más círculos concéntricos. No está sucediendo ni va a suceder.

Rechazar la retórica grandilocuente de una visión progresista no significa quedarse en un pragmatismo ad hoc ni en lo que la revista alemana Der Spiegel llamó en una ocasión Die Philosophie des Durchmuddelns (La filosofía de arreglárselas como se pueda). Existen dos hilos que unen todos los retales de esta colcha: el de un nuevo futuro y el de un pasado que puede volver para atormentarnos.

Solo hay arreglos parciales para abordar la crisis de los refugiados, la eurozona o la xenofobia

Con el ascenso de potencias como China, India y Brasil, Europa y Occidente en general han dejado de marcar el paso. En este mundo de gigantes, los países europeos necesitan una dimensión que sólo la Unión puede darles. Este es un argumento convincente desde el punto de vista intelectual, pero con escaso atractivo emocional, sobre todo para un joven español en el paro o un francés de provincias que tiene la sensación de que su país se ha vuelto irreconocible.

El segundo hilo es el pasado europeo que puede regresar. Abundan cada vez más determinados hechos que nos remiten a la barbarie del siglo XX en Europa. La guerra en Ucrania. Los profesionales de clase media obligados a ir a comedores sociales en Atenas. El terror en las calles de París. Un niño refugiado muerto en una playa del Mediterráneo. Antisemitismo, racismo y manifestaciones de prejuicios contra los musulmanes que avergonzarían a Donald Trump (si eso fuera posible). Seguimos considerando que estos sucesos son excepciones, pero ¿y si se convierten en la norma?

El proyecto de comunidad política europea es especial porque su enemigo, el otro que define su identidad, es su propio pasado. Durante tres generaciones, los recuerdos personales de la guerra, la ocupación, el Holocausto y las dictaduras fascistas y comunistas fueron el principal motivo para apoyar la integración europea. Ahora que los jóvenes, en general, ya no tienen esos recuerdos, necesitamos más que nunca esa memoria colectiva que llamamos historia. Para evitar un futuro peor, debemos transmitir a las nuevas generaciones nuestro mal pasado, que quizá esté volviendo con un rostro nuevo y viejo a la vez. Como escribió Bertolt Brecht: “Todavía es fértil el útero del que surgió esta bestia”.

Aún hay tiempo para reescribir la Historia de la Europa Moderna publicada por Oxford en 2045, pero no podemos esperar hasta 2045 para hacerlo.

Timothy Garton Ash es profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige el proyecto freespeechdebate.com project, e investigador titular en la Hoover Institution, Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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