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Tentaciones
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lecturas

Alejen a los niños de este libro para colorear

Según algunas voces de Twitter, 'Colorama' es una publicación destinada a aleccionar a los niños con mensajes de ultraizquierda

Más que afianzada como editorial, Blackie Books cuenta en su catálogo con obras que buscan adaptar formatos popularmente asociados a publicaciones infantiles y juveniles teniendo siempre en mente al lector adulto como potencial público objetivo. Por ejemplo, podríamos mencionar La Cápsula del Tiempo, donde Miqui Otero reformuló la estructura narrativa del “elige tu propia aventura” para acercarla a lectores maduros. Unos meses antes de su publicación, vería la luz el primer Cuaderno Blackie Books, cuyo interior nos proponía multitud de juegos y actividades pensadas para el lector culturalmente inquieto: cine, música y actualidad formaban el caparazón gráfico de este producto, ideal para los que, habiendo pegado ya el estirón, todavía añoran aquellos Vacaciones Santillana. Cristóbal Fortúnez, ilustrador de los tres volúmenes del celebrado cuaderno, se aliaría con el periodista Noel Ceballos para crear, bajo la tutela de la editorial, Colorama, un coloreable protagonizado por caras conocidas de la política contemporánea pensado, según reza su portada, para colorear y relajarte. Por desgracia, una de estas dos pretensiones no se ha hecho realidad para según qué sensibilidades.

Prologado por el Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz, Colorama nos presenta a Manuela Carmena y Ada Colau, con pose kung-fu fighting, como las alcaldesas épicas, cuando no convierte a Yanis Varufakis en un trasunto de Bruce Willis bajo el lema de el nuevo héroe del pueblo griego, o sentencia a Angela Merkel como “el rostro por el que zarparon mil recortes. Polarizado, aunque sin pecar de panfletario, y con una ambición comercial alejada del mercado infantil, Colorama fue a caer este fin de semana en las manos equivocadas: Roger Domingo, director editorial de Ediciones Deusto, comenzó una cruzada contra la publicación en su perfil de Twitter, jaleada vía retweet por personalidades como el economista Daniel Lacalle o el columnista John Muller. La antorcha se levantó al entenderse, según Domingo, que Colorama era un producto pensado para aleccionar a los más pequeños de la casa; que la letra, con Plastidecor, entra.

Los intentos del propio Ceballos por zanjar la polémica no hicieron más que envalentonar a los que se erigieron como sus censores, pues la algarabía cibernética seguiría al día siguiente, con Domingo definiendo Colorama como un caballo de Troya.

Entre todos los dedos acusadores que apuntaban a Colorama, destacó también el de Cristina Seguí. La periodista, además de proferir ataques contra los que cerraban filas en torno a Ceballos (Es usted monísimo. Coloreando como un angelito le dedicaría al youtuber Naruedyoh; Eres un border line al Hematocrítico), puso la atención en el hecho de que Colorama fuese una publicación apadrinada y distribuída por FNAC, mientras abogaba por su inmediata retirada de las estanterías. Es una vergüenza. Y vamos a apearlo de las librerías. Junto con Stiglitz. Si la turba podría haber encontrado, a partir de aquí, otra presa a la que linchar en la figura del Nobel antiglobalización Joseph Stiglitz -prologuista, no olvidemos, de Colorama-, la suspicacia se levantó contra la cadena comercial francesa: muchos usuarios dedicaron sus 140 caracteres en señalar las simpatías trotskistas de André Essel y Max Théret, los padres fundadores de FNAC, dejando así entrever un continuismo ideológico entre ellos y la actual directiva de la franquicia.

Basta coger, de nuevo, una publicación de Blackie Books para cerciorar que el análisis es, otra vez, delirante. Puedes llevar chapitas, pero sólo las aprobadas previamente por tu manager: Hello Kitty sí; colguemos-a-todos-los-perros-capitalistas-gabachos no”, escribía Kiko Amat en Chap Chap sobre ciertas políticas de empresa del emporio francés, oportunamente camuflado en su artículo bajo el nombre FACN.

A vueltas con este coloramagate, la polémica surgida en las redes sociales nos retrotrajo, por unos instantes, a La seducción del inocente, el libro del psiquiatra Fredic Wertham en el que se relacionaba la creciente popularidad de los cómics con el aumento de la delincuencia juvenil. En los años cincuenta, el ensayo de Wertham logró medrar en distribuidoras y editoriales, tanto las que se dedicaban a generar material para adultos como las que producían historietas infantiles, propiciando además un sello censor que adornaría, hasta principios de este siglo, todas las portadas tebeísticas. ¿Tendrán un puñado de tweets el mismo efecto? ¿Desaparecerán de FNAC los ejemplares de Colorama? ¿Serán tratados con el mismo rasero los coloreables de Peppa Pig, un producto definido en su día como “masivamente conservador” por activos como el cantante de Sleaford Mods? Probablemente no, como tampoco tienen visos de extinguirse las voces inquisidoras contra las publicaciones gráficas poco ortodoxas. Sólo queda leer; colorear. Y relajarse, claro.

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