_
_
_
_
_
CLAVES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Munch en Madrid

El ‘Grito’ nos da cuenta de un hartazgo profundo ante gente que no sabe reaccionar en serio frente a los que quieren proponernos un mundo insolidario

Jorge M. Reverte

Madrid, de cuando en cuando, ofrece un entorno amable para recibir la visita de viajeros pacíficos y cultos, y de la propia gente que constituye la esencia de esta ciudad tan áspera normalmente. En el Museo Thyssen se alberga la magnífica exposición que han montado Paloma Alarcó y Guillermo Solana sobre el noruego Edvard Munch. No está el grito, ni los gritos. Pero todo está montado en torno a ello y deja ver lo que es Munch sin el grito. Y resulta mucho Munch.

Munch era un pequeñoburgués bien tratado por la vida material, y muy vapuleado en el terreno afectivo. Nunca tuvo que luchar para poder vivir conforme a lo que él necesitaba. Y sin embargo tenía que dar un grito de cuando en cuando o, quizá, un grito permanentemente.

Munch está en Madrid en el área más privilegiada del arte en Europa. El Prado, el Reina Sofía, la Thyssen, Caixafórum, Fundación Mapfre… Allí en medio de tanto recreo burgués, suena un grito que se repite en plena meseta. Pero la contradicción es solo aparente. Porque Madrid sigue siendo un lugar donde estallan los conflictos. Allí fue donde Azaña tuvo que gritarle a la humanidad esa barbaridad de que la vida de nadie valía lo que se guardaba en El Prado.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Hoy había que traer a Pablo Iglesias para que interpretara el grito de Munch, aunque sea solo una versión en tinta. Para que le ayudara a dejar atrás lo peor de la política adolescente, disfrazada de retórica maoísta, de mimbre y porcelana, o de programa anarquista de “no vaya yo a parecer un fascista porque esté de acuerdo con que el salvavidas no debería ser fabricado por los técnicos de Volkswagen”.

Madrid está hoy girando en torno a un grito de Munch. Que nos da cuenta de un hartazgo profundo ante gente que no sabe reaccionar en serio frente a los que quieren proponernos un mundo insolidario donde el sueño de los ricos y poderosos se disfraza de reivindicación de Luther King.

En Madrid ahora viven juntos el Pablo Iglesias que no sabe cómo aparentar que es poco más que un ignorante, con el grito profundo de un hombre al que le basta una versión de su grito real para que sepamos que esto va en serio.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_