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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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Un cumpleaños feliz

Shakira hubiera preferido cantar con el fondo de mármol verde de Naciones Unidas detrás. ¡Es que es el Nobel de los fondos! Da igual lo que digas o pienses en esos 15 minutos, no hay nadie que se vea mal

Shakira canta antes del inicio Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible en Naciones Unidas, el pasado 25 de septiembre
Shakira canta antes del inicio Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible en Naciones Unidas, el pasado 25 de septiembreJUSTIN LANE (EFE)

Aunque esta semana ha estado marcada por las elecciones catalanas, donde todo el mundo gana y Barcelona sigue igual de atractiva para turistas del mundo entero, a mis 50 años recién cumplidos me he quedado fascinado por el magnífico fondo que crea el mármol verde jaspeado detrás de la tribuna de invitados en la Asamblea de Naciones Unidas.

Shakira ha actuado allí cantando Imagine de John Lennon al papa Francisco. “Imagine no religion”. Al mismo tiempo, estrenaba su nueva mansión en Barcelona. “Imagine no posessions”. A Shakira no la pusieron delante de mi fondo de mármol verde favorito sino justo al lado, y delante de representantes de todos los países para que también soltara eso de “imagine there is no nations”. Viéndola pensaba en que su nuevo casoplón barcelonés fue construido en 1965, el año en que nací, que es de estilo suizo, un estilo y nacionalidad que chifla a los barceloneses pudientes que hacen de ese vecindario de Piqué y Shakira una pequeña nación dentro de otra nación que todavía permanece en una nación más grande.

Pero algo me hace pensar que Shakira hubiera preferido cantar Imagine con el fondo de mármol verde detrás. ¡Es que es el Nobel de los fondos! Da igual lo que digas o pienses en esos 15 minutos pactados, el fondo dice todo lo que importa. No hay nadie que se vea mal. Gadafi rompió la norma y se quedó 75 minutos. Es el escenario de los 15 minutos de fama que propuso Warhol. Por eso también fascina. Puedes ser papa, dictador, premio Nobel de la Paz, pero con ese fondo tus 15 minutos de fama se vuelven historia.

Pasé mi cumpleaños 50 pendiente de los discursos en Caracas, mi ciudad natal, donde recibí todo tipo de regalos. El más espectacular: una balacera delante de la casa de mi padre. Los escoltas de la madre de un vicepresidente de la República Bolivariana, que vive en la misma calle, contuvieron una “situación de secuestro” en otra casa vecina, a punta de pistola y tras veinte disparos cruzados. Yo estaba leyendo la exigua prensa local en el momento de los tiros e imaginé que eran fuegos artificiales hasta que mi hermana gritó desde la cocina un “todos al suelo” acompañado de un muy efectivo “get down” [“agáchense”], como en las series de televisión. Arrastrándome, me reuní con ella en el suelo del comedor, lejos de las ventanas. Lo increíble es que mi progenitor no dejó de mantener una conversación telefónica en todo el proceso. “Hay una balacera”, le escuché decir entre las alarmas de coches y sirenas, “pero todo bien, mi amor, todo normal”.

Caracas, a su manera tropical y violenta, te deja inyectado de adrenalina y no sabes qué hacer con ella. El día después del tiroteo fui con mi hermana al supermercado. De entrada ves las estanterías bien surtidas, pero a medida que avanzas descubres que es un trampantojo masivo. Hacia la mitad de los pasillos empiezan a aparecer los huecos y los carteles recordando lo que no está, como el subtitulado de las películas mudas. Las colas se forman no tanto por el desabastecimiento sino por el inocente control contra la especulación y reventa que se lleva a cabo a través de unos dispositivos llamados “capta huellas”. Cada comprador debe dejar constancia dactilar de su compra. Pero como hay fallos de energía en el país petrolero el dispositivo se apaga y enciende sin poder captar correctamente las huellas de los pulgares.

Todo deja huella en Caracas. Las relaciones humanas ni se diga. Por mi cumpleaños una de mis mejores amigas decide regalarme una cinta para llevar siete veces atada en mi muñeca. Mientras hace los nudos para mi salud y amor, observo que se palidece. “Estoy medio anémica y me han empachado los chocolates”, me confiesa casi desmayándose pero terminando de anudar la mágica pulserita. Otro amigo me regala un busto de Simón Bolívar de los años setenta hecho en porcelana blanca. El Libertador no alcanzó a dar un discurso con el mármol verde de Naciones Unidas detrás pero es un símbolo de independencia y patria explotado por todos los gobiernos venezolanos, y llevado al culto por el actual. En mi casa no todos ven con buenos ojos que lo deje allí y termino metiéndolo en mi equipaje de mano de regreso. Cuando una funcionaria de la seguridad del aeropuerto lo coloca en un escáner desnivelado, el busto rueda hasta el piso haciéndose añicos. Es una imagen desconcertante. El líder de la patria pulverizado en el suelo del aeropuerto al que da nombre. Igual que hiciera mi padre durante la balacera, sigo adelante, con normalidad, callándome lo que siento y pensando en el resistente mármol verde de Naciones Unidas.

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