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MIRADOR
Columna
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Superluna

Los españoles tendrían que empezar a hacer un esfuerzo personal por entender el país en el que viven en toda su amplitud y diversidad

David Trueba

Hoy la Academia de Cine nombrará la película española que nos represente en los premios Oscar. La elegida tendrá complicado acceder a la eliminatoria final. Pese a estar asumido el absurdo intrínseco de que apuestas artísticas compitan entre ellas, poca gente es consciente de que el resultado definitivo depende más de la fuerza de la compañía distribuidora local en Hollywood. En la última década ha ganado una misma empresa en siete ocasiones. Y luego está el dinero que los países invierten en lograr la nominación. En el estado de cuentas que asfixia a España, poco puede justificar una inversión como la de países que inyectan cifras elevadas para lograr visibilidad. Así que la elección tiene más sabor local que otra cosa. Lo cual no es poco. Porque contiene una variable nunca antes vista, la de que sea una película rodada en euskera la que pudiera representarnos. Aunque no salga elegida, ya Loreakha logrado una distinción enorme.

Hace pocos años fue la catalana Pa negre la que obtuvo el privilegio de representarnos, lo que debería mostrarnos un camino de normalidad que nos negamos a entrever. Las elecciones catalanas son otro ejemplo de la enorme complejidad de nuestro país. Por desgracia, la casi nula capacidad de aceptar al otro convierte a los profesionales de la política nacional en gente que sabe crear problemas, pero no resolverlos. La demencial participación del presidente del gobierno de España en esta campaña electoral ha marcado un hito. Pero con eso ya se contaba tras una legislatura perdida en la relación desde el Gobierno central con Cataluña. La otra mala noticia es que los partidos más jóvenes tampoco traen novedades relevantes. Ciudadanos utiliza el discurso en Cataluña para escalar en su proyecto nacional y Podemos se ha dado de bruces contra una realidad poliédrica, en un lugar donde la CUP le disputaba desde el independentismo la rabia contra esa unión tan hegemónica como antinatural que propulsaba a Junts pel Sí.

Lo que queda por delante es un limbo hasta las elecciones nacionales. Pero que nadie se haga ilusiones, basta escuchar a los líderes regionales del socialismo en su incapacidad para atender la realidad política en Cataluña para notar que no avanzamos. Condenados a escuchar recetas dispensadas por furibundos farmacéuticos cargados de razón y patria, los españoles tendrían que empezar a hacer un esfuerzo personal por entender el país en el que viven en toda su amplitud y diversidad. La noche del domingo tuvimos cerca la superluna, ojalá pudiéramos ver pronto, con tanta claridad, nuestra propia casa.

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