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El concejal que no se aburría en un hotel

La decisión del Ayuntamiento de Madrid de no ceder un espacio para un anuncio de Coca-Cola tiene importantes derivadas

Vicente G. Olaya

No he viajado mucho al extranjero (por motivos de trabajo, también es verdad); pero eso es lo que tiene pertenecer a la sección local de este periódico. No obstante, como durante años estuve en otras secciones más viajeraspara cubrir eventos internacionales, alguna vez me he aventurado al exterior. Mis recuerdos nocturnos en hoteles norteamericanos, chinos o europeos se limitan a una cómoda habitación y un televisor. Y allí estaba yo cambiando canales (los programas son igual de inaguantables en todos los sitios) buscando algo que me entretuviese, me acercase a casa o me enseñase la ciudad en la que estaba y que no había podido visitar porque no había salido en todo el día de la sala de prensa. Y entonces me quedaba mirando tontamente en la pantalla un anuncio, y otro, y otro. ¿Por qué no cambiaba y me ponía a ver el documental de La 2? (que no sé cómo se llama exactamente en las televisiones de Londres o Nueva York). Ahora caigo en la cuenta: los anuncios son los mismos en todas partes del mundo. Me recordaban lo bonito que son Central Park, Picadilly Circus, la Sagrada Familia o la madrileña Azca. ¿Azca? Sí, Azca.

Cuando el concejal del distrito madrileño de Salamanca, Pablo Carmona, negó el permiso a Coca-Cola para rodar un anuncio en unas instalaciones municipales porque la multinacional no había cumplido la sentencia de la Audiencia que le obliga a readmitir a 145 trabajadores despedidos, impidió a muchos televidentes del mundo descubrir ese pedacito trapezoidal de Madrid que es Azca. Al concejal quizás no le importe lo que les ocurra a aburridos periodistas en hoteles de Shanghái o de Moscú, pero seguro que a los operadores turísticos, a las autoridades que promocionan la Marca España, a los hoteleros, a los comerciantes, a los restauradores, a las líneas aéreas, a los ejecutivos de visita y a los camareros del bar de la esquina, sí.

La próxima vez que Florentino Pérez o Enrique Cerezo pidan permiso para celebrar en Cibeles o Neptuno un título futbolístico, imagino a la alcaldesa reclamándoles si han cumplido las sentencias de la Operación Calderón o de la ampliación del Bernabéu, por ejemplo, o si tienen el mismo número de hombres o mujeres en sus respectivas directivas. O muchas cosas más que seguro que también son justas y necesarias. En caso contrario, las autoridades estarán prevaricando. ¿Cuál es el límite a partir del cual se puede pedir un permiso para promocionar una ciudad, a crear puestos de trabajo en el rodaje o a ingresar dinero (poco) en el Ayuntamiento por uso del espacio público?

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Seguro que la próxima vez que Carmona se aloje en un hotel del extranjero y vea con envidia las imágenes de grandes y pequeñas ciudades del mundo en el televisor, echará de menos no distinguir en la pantalla ni una esquina de Madrid. Será culpa suya, que ha vulnerado los principios de igualdad y equidad. Y si no sabe exactamente cuáles son, que se lo pregunte a la alcaldesa, que es juez de profesión, y seguro que se lo explica. Por cierto, yo también @erecocacola.

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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