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PORQUE LO DIGO YO
Columna
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Madrid, 2015

Berlanga y Azcona se hicieron íntimos y cada día quedaban en el Café Comercial para hacer volar sus historias

Rafael Azcona.
Rafael Azcona.ricardo gutiérrez

En el libro Memorias de sobremesa, Ángel Sánchez Harguindey registró unas conversaciones entre Manuel Vicent y Rafael Azcona que son una alegría. Vicent cuenta que, al poco tiempo de residir en Madrid, entró en el Café Comercial y allí vio a Azcona. Se encontraba dormido, con una servilleta en la cabeza. Un camarero le dijo: “Mire, ese que está debajo de la servilleta es el gran escritor Rafael Azcona”. El relato es verosímil. Rafael solía quedarse frito en ese tipo de sitios: tuve el honor de echar la siesta a su lado en un banco de madera del restaurante Casa Hermógenes de Zaragoza. Marcos Ordóñez ha evocado cómo el Comercial fue la segunda casa de Azcona en una época en la que en los cafés y los cines se estaba mucho más a gusto que en la primera.

En ese café, Rafael citó a Luis García Berlanga cuando este le quiso conocer después de ver El pisito, en 1958. Berlanga le preguntó si tenía por ahí alguna idea para él y Azcona le habló de El cochecito. La película la dirigiría Marco Ferreri pero el bien ya estaba hecho. Luis y Rafael se hicieron íntimos y cada día quedaban en el café para hacer volar sus historias mientras charlaban de la vida. En Se vende un tranvía, su primer guion juntos —rodado por Juan Estelrich—, el Comercial era la sede de la banda de timadores que lideraba López Vázquez. Unos 52 años después, David Trueba filmó entre sus mesas otro encuentro memorable, el de Pepe Sacristán y María Valverde de Madrid, 1987. Cuando se presentaba como guionista David soltaba: “Soy mejor que ayer pero peor que Rafael Azcona”. Todo encaja.

En Madrid, 2015, suceden desastres como el cierre de este local pero ayer Elvira Lindo arrojaba un guante a la alcaldesa que apetece jalear: haz algo, Manuela, por lo que más quieras. La ventaja de escribir la necrológica de un café es que puedes suplicar que resucite sin hacer demasiado el ridículo. Y solo por ser el lugar en el que nacieron Plácido y El verdugo el Comercial merece volver a vivir.

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