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MIRADOR
Columna
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Entre el ruido y la esencia

A la monarquía española no le debe gustar demasiado que su presencia simbólica se la disputen unos partidos contra otros

David Trueba

La retirada del busto del rey Juan Carlos de la sala de plenos de la alcaldía de Barcelona ha generado momentos de delirio grotesco. Esa caja, esos bedeles arriba y abajo y ese día siguiente con el representante del PP alzando de puntillas un retrato del rey Felipe dan para una comedia bufa. Ojalá las intenciones de Ada Colau no fueran armar un ruido que le resulte compensatorio, porque entre la política epidérmica y la política de fundamentos va un mundo de distancia. A la monarquía española no le debe gustar demasiado que su presencia simbólica se la disputen unos partidos contra otros y menos oportunismo zafio. Aunque si somos sinceros, el valor real de la Corona en España viene muchas veces dado por la incapacidad de los políticos para representar, incluso cuando alcanzan responsabilidades institucionales, a algo más que su partido, su bancada, sus filias.

El cambio de nombre del pabellón de deportes de Zaragoza, para ser bautizado con el nombre de un entrenador de baloncesto, parece asentado sobre algo más sólido. Resultaba ridículo que en los últimos años, en un ejercicio de ventajismo, demasiados hospitales, centros culturales y pabellones recibieran el nombre de algún miembro de la casa Real. En muchos casos, los políticos salvaban así las sospechas sobre la construcción, la privatización encubierta, el desvío de fondos. Porque lo razonable es que los hospitales lleven nombre de médicos y científicos, los pabellones de deportes que recuerden a atletas, y que las bibliotecas, a ser posible, se acuerden de escritores y no de la nobleza española más aficionada al folclorismo cinegético.

La lupa está puesta sobre los nuevos alcaldes, lo que es natural, pero es un foco confundido. Revocar licencias y concesiones urbanísticas para estudiarlas a fondo no es un error, sino un acierto esencial, para evitar horribles estampas como la del aeropuerto de Ciudad Real, ahora vendido por una miseria para servir de trampolín al producto de fabricación china. En Madrid, por ejemplo, nada se dice del Gobierno de Cifuentes, y más tras saberse que el anterior ha sido centro irradiador de una trama de corrupción enorme, pero queremos conocer el esfuerzo para llegar al final de la madeja y destuir a tanto cargo infectado, pero tampoco sabemos nada de la nueva actitud frente a los desmanes con el sector público o el agujero de Telemadrid. Entre tanto seguimos en la anécdota y el ruido.

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