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Navegar al desvío
Columna
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Un ‘cowboy’ sin vacas

La cultura de la Transición ha sido fructífera en la producción de eufemismos y disfemismos

Manuel Rivas

Una ordenanza de Blythe, condado de Riverside, en California, establece que una persona debe ser propietaria de al menos dos vacas para poder exhibir botas de cowboy en público. Esta norma figura como ejemplo en muchos catálogos de leyes estúpidas o absurdas. A mí me parece que tal ley tiene una cierta coherencia interna, como los poemas surrealistas o una greguería de Ramón Gómez de la Serna: “Si vais a la felicidad, llevad sombrilla”. O como el más extraordinario microrrelato de serie negra, el que figura en Crímenes ejemplares, de Max Aub, que dice en toda su extensión: “Lo maté porque era de Vinaroz”.

En la ley californiana, además de coherencia interna, hay una cierta voluntad de estilo popular. Podría ser motivo de un debate apasionado: “¿Tiene derecho un tipo que en la vida tuvo trato con una vaca a llevar sombrero y botas de cowboy?”. La ordenanza, en todo caso, es una curiosa ficción jurídica inaplicable, siempre que el sheriff no haya sido antes ministro del Interior en España. Que se sepa, la policía nunca ha desalojado un club de música country para identificar a los presuntos cowboys y exigirles los correspondientes certificados de propiedad vacuna.

En España hay mucha voluntad de estilo popular, ejercida con especial precisión para bautizar leyes que tratan de la seguridad

En España también hay mucha voluntad de estilo popular, ejercida con especial precisión para bautizar leyes que tratan de la seguridad. Así, de la ley de la patada en la puerta hemos pasado a la ley mordaza, lo que demuestra una vez más que la cultura de la Transición, además de modélica, ha sido muy fructífera en la producción de eufemismos y disfemismos. Son demasiados años, siglos, en el potro de la tortura histórica, y la memoria tiene esa prevención de identificar el autoritarismo de la autoridad.

Hay cuestiones de mucho fondo, abismales, en la ley de seguridad que se dirimirán en el Tribunal Constitucional y también en el de Derechos Humanos de la ONU. Pero hay algunas otras que deberían ser revisadas por lo que queda de la Internacional Surrealista y el sheriff de Blythe: aquí hay un cowboy sin vacas. La histórica ley que nos va a hacer peligrosamente seguros contempla, por ejemplo, sanciones de hasta 600 euros por “deslucir el mobiliario urbano”. No se trata, en este caso, de combatir el vandalismo, con la destrucción o ruptura de bienes públicos. Es una sanción estética. Un pronunciamiento artístico. Una performance policial.

La autoridad lingüística, el DRAE, define así deslucir: “Quitar la gracia, atractivo o lustre a algo”. ¿Qué relación tiene el “quitar la gracia” al mobiliario urbano con la seguridad ciudadana? Los grupos humanitarios más activos, como Cáritas, consideran que se trata de una norma incluida adrede para expulsar a la gente sin casa de los bancos de jardines y plazas. Privar de un asiento público a los pobres, a los vagabundos, a los destartalados por la vida, o simplemente a quienes tengan un aspecto que el agente de turno, ejerciendo de comisario artístico, o de dictador del gusto, decida que esa presencia “desluce” el lugar de descanso.

¿Qué cráneo privilegiado introdujo esa disposición? ¿Quién será el lúcido que medirá el deslucir? ¿Llevarán los agentes un manual de deslucimiento? Hay mobiliario urbano, mucho, que es un deslucimiento en sí mismo. Solo su visión convertiría a Walter Gropius, el genio de la Bauhaus, cuna del diseño, en un vándalo justiciero. En ese mobiliario, tan costoso como incómodo y estéticamente miserable, lo único bello, lo único sublime, lo único que merece la pena es esa anciana que lleva consigo todo lo que tiene y que, por un momento, como una reina, hace útil, le da lustre, a ese desastre de banco de descanso diseñado para hacer imposible el descanso.

Alguien debería explicarle al ministro de Interior que un banco donde sentarse o echar un sueño es la única patria que tiene mucha gente

Cuentan que este ministro del Interior es un hombre de fe, de firmes creencias religiosas. Si no lo sabe, alguien debería explicarle que un banco donde sentarse o echar un sueño es la única patria que tiene mucha gente. No lo desluce. Ese banco es como el barco de los argonautas de Jasón: madera que habla.

¿Deslucimiento? Bien pensado, creo que la ley debería ampliarse. Extenderse a todos los ámbitos de la vida pública. Elevar las multas por “deslucir”. Sancionar a los que deslucen la urbe entera, la comunidad, la nación, la patria, la humanidad, el medio ambiente. A los que deslucen las leyes democráticas, llenándolas de zonas oscuras.

Cuando el ministro ha tratado de justificar la ley mordaza, me he acordado de la respuesta que dio Lyndon Johnson a un periodista que le reprochó: “Está usted intentando salvar la cara”. Y el presidente Johnson respondió: “No estoy intentando salvar la cara. Estoy intentando salvar el culo”. Eso sí que es lucirse.

elpaissemanal@elpais.es

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