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Enfermos de ocio: el precio de tomarse 20 días de vacaciones

El estrés ejerce cierta protección. Pautas para que el cambio de ritmo no le afecte. La hamaca, en su justa medida

El síndrome del tiempo libre existe. Sea verano o invierno, no pocos se sienten escacharrados nada más empezar las ansiadas vacaciones. Cuando placeres como tener el despertador apagado, tumbarse en la arena de la playa o llegar a la habitación del hotel se tornan en un suplicio por culpa de un malestar general de pies a cabeza, una sensación de náuseas o de síntomas que anuncian una gripe sin motivo aparente, puede que sufra la enfermedad del ocio. La denominación, real, aunque suene a chanza de El Mundo Today, podría dar luz sobre las posibles razones, todavía inexplicables para la ciencia, que impiden al organismo saborear el descanso vacacional tras haberlo dado todo en el trabajo.

Las vacaciones a veces no son sinónimo de paz y descanso. El cambio de los hábitos, junto con las condiciones climáticas, puede trastocar la idílica pausa a la batalla de los atascos-oficina-casa-familia, con el riesgo de exponernos a patologías que van desde las lesiones cutáneas por la exposición solar, infecciones de hongos o picaduras de insectos; a procesos gastrointestinales de origen infeccioso o por intoxicaciones alimenticias y la presencia de enfermedades importadas de otros países a los que se ha viajado, como apunta Marta Martínez del Valle, secretaria de información de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG).

A ese catálogo de enfermedades hay que añadirle una nueva complicación: ponerse malo por dejar de trabajar. Aunque apenas hay artículos científicos que fundamenten su existencia, como observa la doctora Martínez del Valle, hace poco más de una década, el psicólogo holandés Ad Vingerhoets, de la Universidad de Tilburg, aquejado de la sensación de enfermedad durante el tiempo libre de los fines de semana y las navidades, se propuso buscar un patrón de síntomas como explicación a la falta de energía durante las vacaciones en personas que nunca enferman durante el estrés laboral.

Tras encuestar a 1.128 hombres y 765 mujeres, con edades comprendidas entre los 16 y los 87 años, el estudio estimó que alrededor del 3% de la población puede padecer este trastorno durante los fines de semana y las vacaciones con síntomas como el dolor de cabeza, migrañas, fatiga, daño muscular, náuseas o un estado similar al resfriado o la gripe. En la mayoría de casos, los pacientes sufrían el síndrome durante diez años, surgiendo tras acontecimientos importantes de la vida, como una boda, el nacimiento del primer hijo o el cambio de un puesto de trabajo.

Según el estudio, el perfil medio del enfermo del ocio se define por el perfeccionismo y la ansiedad por avanzar, una excesiva carga de faena y un gran sentido de la responsabilidad, características que hacen muy difícil desconectar del trabajo. La preocupación por el mundo externo cuando trabajamos compite con la información del propio cuerpo, afirma el autor de la investigación, de forma que en ambientes de estrés nuestra atención se desvía de los posibles síntomas problemáticos, mas, por el contrario, los momentos de relajación o aburrimiento favorecen la alerta sobre las señales del organismo. Esta condición podría demostrar la capacidad de los individuos de posponer la enfermedad a un momento más adecuado, al tiempo que aportaría un valor positivo al estrés como factor de resistencia a patologías, contra la creencia popular.

“El descanso de la mente es tan importante como el físico", apunta el psicólogo Jorge Barraca. Y 20 días en el sofá invitan a pensar demasiado

Si se acepta la existencia del síndrome posvacacional, no debe extrañar que pueda haber también uno asociado al ocio, aunque de momento no se haya demostrado con análisis comparativos, como explica el psicólogo Jorge Barraca, presidente de la Sociedad Española de Psicología Clínica y de la Salud (SEPCyS). “No se puede hablar ni de enfermedad ni de terapias diseñadas. Es un patrón que se repite en varias personas, asociado al estrés, la ansiedad o la depresión. Y puede aparecer durante los cambios de hábitos en las vacaciones. La sensación de ansiedad no es peligrosa ni grave, y aunque la puedan sufrir muchas personas, a la mayoría de la gente lo único que le pasa es que vuelve de las vacaciones con la sensación de no haber cargado pilas”.

Aunque a primera vista los ritmos laborales no sugieran la idea de bienestar, el trabajo es muy saludable al estructurar el tiempo, pese a sus aspectos alienantes, como apunta Barraca. “El problema se observa muy bien en las personas que se jubilan. Cuando las obligaciones se acaban, muchos se descolocan si no gestionan bien el tiempo con actividades diversas”, dice.

Causas como el sentimiento de soledad por el abandono de los círculos sociales habituales, la limitación de los movimientos impuesta por las elevadas temperaturas, la pérdida de rutinas laborales, que eliminan el horario organizado y la capacidad de gratificación, o incluso la llamada constante de los medios de comunicación sobre las olas de calor, pueden provocan el desequilibrio vacacional.

“Las vacaciones suelen ser momentos que favorecen los recuerdos del pasado o el replanteamiento de la vida, además de suponer largos periodos con la familia, lo que puede incrementar la tensión y convertirse en una fuente de conflicto ante decisiones tan básicas como pasar las vacaciones en la playa, en el interior o en la casa de los suegros”, explica el psicólogo Barraca.

Para virar esas complicaciones estacionales, la recomendación apunta al descanso activo: huir de planes que consistan en ser carne de sofá o hamaca durante 20 días. “El descanso de la mente es tan importante como el físico. Las acciones fuera del marco laboral, como el ejercicio de actividades deportivas, son del todo aconsejables”, apunta este psicólogo, cuyas indicaciones prohíben tomar decisiones importantes durante el reposo del trajín laboral. Es el riesgo de no hacer nada: dedicarse a pensar, pensar y pensar. Y claro: se toman decisiones. “Sin una visión realista de la vida. No se decide bien en el contexto del tiempo libre”, matiza el experto.

El remedio desde la perspectiva psicológica reside en diseñar un buen plan de actividades y elaborar un listado personal con los problemas que solemos asociar con las vacaciones, buscando el lado positivo a los posibles inconvenientes, según indica Barraca.

Las paradojas del sistema inmunológico

Si nuestro sistema de defensas pertenece a uno de los ámbitos principales afectados por el estrés, conviene preguntarse por su reverso, cómo influye el descanso de las vacaciones. Para el inmunólogo clínico Javier Carbone, del Hospital General Universitario Gregorio Marañón de Madrid, la ausencia de estudios biológicos no puede confirmar todavía la asociación entre vacaciones y enfermedad o la relación positiva del estrés laboral con la salud.

“Los factores psicológicos pueden aumentar el riesgo de tener infecciones. Durante las vacaciones nos sometemos a otros tipos de estrés, como la realización de viajes largos, factores que pueden impactar de forma negativa en el sistema inmunológico. A modo de ejemplo, existen estudios que demuestran que a más ansiedad hay menos células de defensa CD4 que expresan la citocina IL2, importante para la activación de linfocitos”, explica el inmunólogo Carbone.

Sin olvidar que el sistema inmunológico es un laberinto de paradojas, el estrés psicológico podría tener un efecto positivo para no decaer en la lucha del día a día como inductor potente de citocinas antiinflamatorias (proteínas que regulan la función de las células) como la IL10, de la adrenalina y los glucocorticoides (hormonas inmunosupresoras). “Desde esta perspectiva, se podría decir que pasar del estrés del trabajo a la tranquilidad de las vacaciones, podría asociarse a una menor producción de IL10 y a una mayor inflamación, por lo tanto, a una mayor predisposición a tener algunas enfermedades. Pero debe tenerse en cuenta que las respuestas inmunológicas están comandadas por patrones genéticos, y que estos no son iguales en todas las personas”, matiza Carbone.

No obstante, recuerda este inmunólogo clínico, las vacaciones son una oportunidad para el autocuidado, tanto en personas sanas como en pacientes con patologías, por lo que debe fomentarse acciones saludables para evitar enfermar o empeorar. Para mantener en buenas condiciones nuestro sistema de defensas durante las vacaciones, Carbone señala algunas recomendaciones como la ingesta balanceada de proteínas animales y vegetales y la obtención de vitamina D de la luz solar y de los alimentos para la operatividad de algunos mecanismos inmunológicos, así como el ejercicio físico regular y dormir bien. En resumidas cuentas: no puede dejar de cuidarse.

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