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Hacer volar a un reloj no es nada fácil

Detrás de una ‘boutique’ de Breitling palpita un legado relojero. El amor de esta firma por la aviación es de los que da forma a las nubes

Además de ser el marido de Victoria, David Beckham es un gran fan de Breitling. Como incondicional de sus relojes, el pasado 3 de junio se coló en la inauguración oficial de la boutique de la firma en Madrid. Muchas fotos y la habitual gran expectación. El corte de la cinta recayó en los componentes de la Patrulla Águila, el combo de jets acrobáticos del Ejército del Aire, para los que la marca realiza relojes en edición especial. Lógico. Es imposible desvincular a Bretling de la aviación.

El reloj que no se raya

El Chronoliner es, junto al Transocean Chronograph Edition, uno de los modelos que la nueva boutique alberga en primicia. Inspirado en un ejemplar de la década de los cincuenta, es un cronógrafo que mide los tiempos de vuelo dotado con un segundo huso horario con graduación 24 horas y un bisel de cerámica negra high tech imposible de rayar.

Desde su nacimiento, allá por 1884, la marca sintió un especial cariño por esas micromaquinarias de pulsera destinadas a los deportes, a la ciencia, a la industria… y a los pioneros de la aviación. Era el espíritu suizo de Léon Breitling, el fundador de la saga: alcanzar la máxima precisión. Con esa fijación casi religiosa, la firma inventó en 1915 el primer pulsador de cronógrafo independiente. En 1923 separó las funciones de puesta en marcha/parada de la de vuelta a cero, crucial para regular con exactitud un tiempo de vuelo.

Ya en 1934 implementó el segundo pulsador independiente para la vuelta a cero, algo familiar a día de hoy en todo cronógrafo que se precie de serlo. Pero, quizás, el momento aéreo crucial tuvo lugar cuando despuntaba la década de los treinta, cuando a Breitling se le ocurrió fabricar cronógrafos de a bordo destinados a las cabinas de los aviones. La idea hizo tilín en diversas fuerzas armadas: la Royal Air Force los introdujo en sus cazas a hélice de la Segunda Guerra Mundial. A partir de aquí, la relación entre esta relojera de la región suiza del Jura con los asuntos de las nubes cobra fuerza. De hecho, nadie discute que es la marca de la aviación por excelencia.

Cuatro puntos de Léon Breitling

Léon Breitling abrió un taller en 1884 en St Imier (Suiza). Estaba obsesionado con los cronómetros y la maquinaria de precisión.

En la calle Monbrillant, a las afueras de Chaux-de-Fonds, se establecieron los talleres de la firma desde 1892 hasta 1979.

Uno de los primeros cronógrafos de la marca. Con un pulsador independiente.

Breitling se jacta de sus contadores para la cabina y de su icónico instrumento de vuelo de pulsera: el Navitimer.

Por si quedaba alguna duda, en 1952 Breitling la afianzó aún más: lanzó el cronógrafo de pulsera Navitimer, dotado de una regla de cálculo circular que permite efectuar todas las operaciones relacionadas con la navegación aérea. Como anécdota, en 1962 Scott Carpenter vestía un Navitimer en su vuelo orbital a bordo de la cápsula Aurora 7, con lo que se convirtió en el primer cronógrafo de pulsera en viajar al espacio. De gran amigo de la aviación mundial a colega fiel de la élite mundial de los pilotos, esos que se juegan la vida a los mandos de veloces artefactos, como la patrulla acrobática Breitling Jet Team, o, por qué no, la más cercana Patrulla Águila del Ejército del Aire. Sí, esos que cortaron la cinta inaugural de la boutique junto a David Beckham.

La nueva boutique de Breitling se encuentra en el 86 de la calle Serrano, sobre los cimientos de lo que antes fue una pequeña tienda de moda. Ocho meses han transcurrido desde que se puso la primera piedra de este local basado en los planos de los arquitectos suizos Alain Porta y Lucien Schoeb, los que andan detrás de todas las tiendas de la marca. El resultado final se despliega en una planta de calle de 40 metros cuadrados, techos altos y tonos amarillo, tabaco y blanco con un apartado destinado a la venta privada. La nota sabrosa y colorista la ponen las enormes láminas del norteamericano Kevin T. Kelly, un artista pop venerado por el presidente de Breitling, Théodore Schneider.

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