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Columna
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Suspenso

Alguien ponía la nota de los reclusos que estudiaban en los ochenta en el País Vasco para ahorrarles trabajo a los profesores

Fernando Savater

Fui profesor universitario en el País Vasco en los años ochenta. Cada curso se nos presentaba un alumno o alumna como el “delegado de presos”. Su función: informarnos de que teníamos matriculados a tres o cuatro reclusos (a pesar de que las clases eran presenciales y para lo demás estaba la Universidad a Distancia) y que debíamos facilitarles las materias a explicar, autores, libros…Les dábamos bibliografía y alguna orientación general y no volvíamos a verles hasta fin de curso, para pedirnos “el examen de los presos”. Les decíamos las preguntas. Las de todos, y volvían a desaparecer. Luego nos traían el supuesto examen, hecho en condiciones académicas ignotas y cuyo contenido a veces nada tenía que ver con lo preguntado. ¿Cómo calificar aquello? A veces no hacía falta, porque encontrábamos que alguien había puesto la nota de esos alumnos en las actas “para ahorrarnos trabajo”.

Uno protestaba débilmente, casi en tono de chanza, y el delegado nos sonreía pero con mirada de piedra. Sabíamos que del compañerismo jatorra a la amenaza sólo había un milímetro. Algunos profesores más valientes que yo se negaron al enjuague. Como nadie garantizaba su seguridad, acabaron recibiendo su sueldo discretamente en casa, mientras les sustituía en el aula alguien más “popular”. Así hicieron su carrera, a veces más de una, bastantes ceporros homicidas.

Covite ha denunciado ahora, documentadamente, a los etarras que han logrado beneficios penitenciarios con esos estudios. Lo cual ha sido rechazado en el Parlamento por nacionalistas y socialistas, como un intento de desprestigiar a la UPV. Sólo pregunto al rector cuándo exactamente dejaron de hacerse esos fraudes a los que yo asistí en mi tiempo. Y le aconsejo que guarde sus aspavientos de dignidad ofendida para cuando tenga peor ofensa o más dignidad.

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