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MIRADOR
Columna
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Ínsulas

Los nuevos gobernantes deberían leer las palabras que dijo Sancho Panza tras su experiencia en el poder

Julio Llamazares

Ando por La Mancha siguiendo los pasos de don Quijote con intención de escribir unas crónicas para este periódico, que aparecerán en verano como conmemoración de los 400 años de la publicación de la segunda parte de la genial obra de Cervantes (del que se celebrará el cuarto centenario de su muerte el año que viene: murió al año de publicar su obra cumbre), y las noticias me llegan como en sordina. Por las llanuras manchegas o por los montaraces riscos de Sierra Morena donde don Quijote y Sancho se emboscaron buscando apartarse del mundo y donde el pobre hidalgo terminó de perder la razón, los pactos de los Ayuntamientos y las autonomías y la composición del Gobierno se me antojan no sólo lejanas, como pertenecientes a un país que nada tiene que ver con el que veo desde mi coche, sino insignificantes y casi anecdóticas, sin ningún interés para los habitantes de estos lugares, que tanto remedan al que describió Cervantes, pese a que lo tengan y mucho. Por suerte o por desgracia, los tuits de ese concejal con apellido y aspecto de revolucionario mexicano (pónganle un sombrero y cananas, si no) o la desgarradora separación de Convergència y Unió (al separarse la i ya es griega, no me tomen por anticatalán) les influyen más de lo que imaginan. Yo mismo, que había llegado a pensar, cegado por la luz de las interminables llanuras manchegas y obnubilado por la lejanía del mundo que uno siente en la venta de la Inés charlando con sus pobladores, una familia de santos inocentes dignos de la novela de Delibes, o contemplando al atardecer el valle de Alcudia, un escenario del Far West, tuve anoche una pesadilla a ese propósito: soñé que Rajoy me había hecho ministro de algo. Me desperté sudando y entre temblores. Menos mal que tenía a mano un ejemplar del Quijote y pude hallar (sin llegar a los cervantistas, el seguimiento de las andanzas de aquél me está haciendo un poco experto en la novela) el capítulo en el que Sancho, tras su frustrante experiencia como gobernador de la ínsula Barataria, que tanto había deseado, lanza su gran alegato contra la tentación del poder, que a tantos ha hecho perder la cabeza y la vida, como se puede ver cada día: “Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad: dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente”.

Cuántos de los recién elegidos, o a punto de serlo aún, como gobernadores de las distintas ínsulas baratarias que pueblan este país deberían leer estas sabias palabras de Sancho para no llevarse a engaño o enfermar de melancolía después.

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