_
_
_
_
_
EL PULSO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cada uno a su manera

"Soy feliz cuando un toro hiere a un torero", dijo Morrisey, entre otras tonterías Para el ego no hay puertas, y puede hacerte parecer más imbécil de lo que ya eres

Dominic Bonuccelli

¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la Rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti…”. Hay principios de novelas que se nos quedan grabados por su fuerza evocadora, por la extrañeza que producen, porque te apelan como una bofetada, o por el motivo que sea. “Cuando Gregor Samsa despertó una mañana de un sueño inquietante se encontró en la cama convertido en un monstruoso insecto”. “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias’. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer”.

Qué poderoso inicio es el de Moby Dick: “Llamadme Ismael”. Bastan dos palabras –tres en inglés– para que desees sumergirte en esa historia, como si hubieras escuchado un conjuro. “Todas las familias dichosas se parecen, y las desgraciadas lo son cada una a su manera”. Así arranca Anna Karenina, con esa afirmación tan discutible y tan citada.

Pensé en las palabras de Tolstói, y luego, en otros principios célebres de novelas, al leer una entrevista de Morrissey, excantante de los Smiths, de gira por España. En una de sus canciones –no todas son así de tontas– dice que nadie llora cuando el torero muere, pues todo el mundo quiere que sobreviva el toro. “Los toreros son alimañas: se deberían matar entre ellos”, decía el de Manchester. “Soy feliz cuando un toro hiere a un torero. Y si lo mata, pienso para mis adentros: ‘Bien, justicia al fin”. Afirmaba que las corridas son “la vergüenza de España”. “¿No cree que hay problemas más graves?”, preguntaba el periodista. “No hay problemas más importantes en España si resulta que eres un toro”, respondía el oráculo.

Ahí estuvo acertado. Si todos fuéramos toros, otro gallo nos cantaría. Pero el caso es que no lo somos, por muy burros que se pongan algunos, y que hay problemas mucho más importantes que las corridas. Es una pena, pues, en caso contrario, Cataluña sería el paraíso, y resultaría muy fácil alcanzarlo por imitación o yendo en tren.

Continuaba el cantante añadiendo que Inglaterra era una de las peores dictaduras del mundo, y soltaba otras estupideces que alargarían este artículo más allá de lo requerido. Entre la risa y la indignación, elegí la risa. ¡Que no resulte tan fácil provocarnos!

Leyendo aquella sarta de memeces, pensé, influido por Tolstói: “Todos los hombres sensatos se parecen, pero los imbéciles lo son cada uno a su manera”. Cada semana nos proporciona muchos ejemplos, y no siempre se puede escoger la risa frente a la indignación. Algunos dicen sandeces porque, simplemente, son sandios. Otros, sin serlo, lo parecen al querer llamar la atención al precio que sea. Son legión aquellos a los que el ego no les deja ver el bosque, y no son conscientes del ridículo que hacen, ya sea por sus declaraciones al recoger un premio, al proponer una medida política, al adjudicarse un logro ajeno o al hablar de su tarea, sea ésta la que sea. Al ego no hay quien le ponga puertas. Se cuela en gente de toda condición, no sólo en artistas. Y como sucede con Morrissey, puede hacerte parecer mucho más imbécil de lo que ya eres. Cada uno a su manera, eso sí.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_