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Navegar al desvío
Columna
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La “pistola humeante” de Atapuerca

Lo más interesante es comprobar cómo las excavaciones nos acercan cada vez más al presente a medida que penetran en la antigüedad

Manuel Rivas

Lo más interesante del yacimiento de Atapuerca es comprobar cómo las excavaciones nos acercan cada vez más al presente a medida que penetran en la antigüedad.

Cualquier día de estos, Juan Luis Arsuaga y su intrépido equipo de paleoantropólogos golpean una pared en una de las simas inexploradas y aparecen de repente precipitados en la cafetería del Congreso, o el convento de las Trinitarias, o en el Museo de Cera. O en el modernísimo centro penitenciario de Estremera, Madrid VII, donde está internado el exconsejero que lo inauguró, el ilustre homo antecessor señor Granados. Dicho todo esto sin faltar, en un pleistoceno metafórico. Por ejemplo, el famoso cráneo 5, visible en el Museo de la Evolución Humana de Burgos, lleva el apodo de Miguelón en homenaje a Miguel Indurain. Y el eficaz martillo neumático alemán que se utiliza para recular miles de años en unas horas es conocido cariñosamente como Merkel.

El hipotético boquete de Atapuerca hasta el presente también podría llevarnos a la librería Negra y Criminal, en la Barceloneta, el más célebre garito ibérico del género. Como dice su bitácora, allí podrás encontrar libros, lo mejor de la literatura criminal, e incluso “una especie en vías de extinción”: los libreros. En este caso, Paco y Montse, que deberían ser titulares de la futura cátedra honorífica Pepe Carvalho. Y es que la última noticia procedente del yacimiento conecta la paleontología con la ciencia forense y la serie negra. Los investigadores trabajan en la reconstrucción de un crimen cometido hace 430.000 años. Dos décadas llevó recomponer el cráneo de la víctima, el individuo Cr-17. Con esa identidad, más que de un paleopaisano parece que hablamos de un androide o de un neohumano. ¡La modernidad de Atapuerca! Ya quisiera cualquier autor de ficción tener un cadáver así, el individuo Cr-17, para montar una trama.

La directora de la investigación, Nohemi Sala, declaró a Miguel G. Corral en el diario El Mundo: “Encontrar la pistola humeante es dificilísimo”. Ahí se demuestra el alto nivel detectivesco de la paleontóloga. La “pistola humeante” viene a ser la prueba decisiva. Las cintas magnéticas de las grabaciones ilegales del caso Watergate, que hundieron al presidente Nixon, fueron catalogadas así: The Smoking Gun. En Atapuerca habría que buscar una “piedra humeante”. Un bifaz encontrado en la Sima de los Huesos recibió el nombre de Excalibur. El bifaz era una especie de navaja suiza de la antigüedad. Tal vez la mitología popular nos podría ayudar: en la época romántica a este hallazgo se le denominaba “la piedra del rayo”.

Cualquier día de estos, Juan Luis Arsuaga y su equipo golpean una pared y aparecen precipitados en la cafetería del Congreso

Pistola o piedra humeante hay que encontrarla en Atapuerca. Pero también en el gran yacimiento de la realidad presente. La forma de poner freno a la corrupción rampante es dar con las irrefutables “pistolas humeantes”. Es la tarea de una política de eficacia honesta. Mientras tanto, la paleontología y la serie negra hacen bien su trabajo. Hervé Falciani, por ejemplo, aportó la más espectacular “pistola humeante” en la evasión de capitales a Suiza, con un listado de 130.000 evasores europeos. El informático bancario se jugó el pellejo. Ahora se queja de una exasperante lentitud y falta de medios en la lucha contra ese fraude. Habría que enviar a Hacienda un equipo de paleoantropólogos.

Lo que no está tan claro es que el caso del individuo Cr-17 sea “el primer asesinato de la historia”. Carl Schmitt, el principal jurista del nazismo y teórico muy influyente en los más extremistas neocon, mantenía la inquietante tesis de que “la historia de la humanidad comenzó con un crimen”. Él se refería al episodio bíblico de Caín y Abel, una pieza maestra de la serie negra. En cuanto al primer asesinato, sin restarle mérito al hallazgo de Atapuerca, debió de haber mucha competencia.

En El cero y el infinito, Arthur Koestler incluye la descripción de una escena de la antigüedad que parece bastante verosímil: “Los simios, sumamente civilizados, se balanceaban con elegancia entre las ramas; el neandertal era basto y estaba atado a la tierra. Los simios, satisfechos y juguetones, pasaban la vida sumidos en sofisticados entretenimientos o cazando pulgas con contemplación filosófica; el neandertal se movía oscuramente dando pisotones por el mundo, repartiendo porrazos aquí y allá. Los simios lo miraban divertidos desde las copas de los árboles y le tiraban nueces”.

Sí, es una perspectiva histórica muy perturbadora. El humano como un paso atrás en la historia. Yo, por lo pronto, voy a recoger las nueces de los simios.

elpaissemanal@elpais.es

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