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EL PULSO
Columna
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El quimono pacifista

Estados Unidos quiere construir una nueva base en una zona virgen de la costa de Okinawa

Kirmen Uribe

La excelente última novela del escritor James Salter, Todo lo que hay, comienza con una escena de la batalla de Okinawa en la II Guerra Mundial. Okinawa fue la única zona de Japón invadida por tierra por los americanos. Fue una ofensiva cruel donde murieron 240.000 personas, entre ellas 84.000 civiles. Muchas mujeres saltaron desde los acantilados por temor a ser violadas y muchas familias se refugiaron en las numerosas cuevas de la isla. Los soldados estadounidenses, temerosos de aquellos fieles soldados japoneses que nunca se rendían, las quemaron todas con lanzallamas.

Japón se rindió en 1945, pero Okinawa fue territorio estadounidense hasta 1972. Sus mayores bases militares siguen ahí. Las bases siempre han generado mucha controversia y contestación. En 2012 visité en Naha el Sakima Art Museum, construido junto a la base de Futenma. En él trabajan mucho la memoria histórica (una excepción en Japón ya que hablar de la II Guerra Mundial sigue siendo una especie de tabú) y han recogido cientos de testimonios de las víctimas de la invasión de 1945. También de otras muchas víctimas de accidentes relacionados con la actividad de las bases.

Lo más bello del museo resultó ser un quimono de mujer, tejido en los años setenta, con dibujos de aviones bombardeando la isla. Es increíble saber que alguna se paseaba elegantemente ataviada con él. Una forma sutil de insumisión. El quimono tenía un título, You-I, que en inglés quiere decir “tú y yo” y en japonés “atadura”. Las mujeres siempre han estado en primera fila en las protestas contra las bases. En 1995, tres mecánicos estadounidenses violaron a una niña okinawense lo que acarreó una gran movilización social de rechazo y la creación de un grupo de mujeres en contra de la violencia militar, grupo que recoge datos de la violencia que han sufrido las mujeres de Okinawa por parte de militares y trabajadores de las bases americanas durante décadas, y que han permanecido, hasta ahora, ocultos.

Ahora mismo se están volviendo a reproducir las protestas. Estados Unidos quiere construir una nueva base en una zona virgen de la costa de Okinawa. Aducen que habría que reubicar la base de Futenma, actualmente obsoleta y muy cerca de núcleos de población, en un lugar deshabitado. Sin embargo, los grupos ecologistas se oponen y también gran parte de la población del archipiélago, que aboga por una paulatina disminución de la presencia militar estado­unidense. El Gobierno de Japón calla, manda la geopolítica y el miedo al gigante chino.

Recuerdo un árbol muy curioso de la isla. Se llama Gayumaru, o el árbol que camina. Tiene la particularidad de que algunas de sus ramas crecen en dirección a la tierra y se juntan con las raíces mientras otras permanecen fuera recogiendo la luz solar. Parece ser que las sociedades también son así. Cuando pensamos que nuestras ramas se abren a la luminosidad de la vida, hay fuerzas que nos obligan a volver a la oscuridad de la tierra. El militarismo es una de ellas.

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