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Columna
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Formato Barcelona

En la ciudad catalana nació hace dos décadas un espíritu destinado a traer paz y seguridad a la región mediterránea

Lluís Bassets

Barcelona dio nombre hace 20 años al marco de relaciones entre los países de la Unión Europea y el sur del Mediterráneo. Con la Declaración de Barcelona, adoptada por la Cumbre de Barcelona en noviembre de 1995, empezó el Proceso de Barcelona, que debía extender a toda la región el área de paz, seguridad y prosperidad que era entonces y que sigue siendo, a pesar de los pesares, la orilla norte.

El objetivo está ahora más lejos que hace dos décadas. Hay guerra en Libia y Siria, dos países ribereños. El terrorismo ha incrementado sus actividades en ambas orillas. Un alud migratorio llega a las costas europeas, sobre todo a través de Italia, mientras crece el número de refugiados en los países árabes que huyen de los conflictos y genocidios. El Mediterráneo es un inmenso cementerio donde reposan millares de africanos, ahogados antes de llegar a las costas europeas.

El Proceso de Barcelona fue una iniciativa principalmente española, para que la UE prestara algo más de atención a su flanco sur en el momento en que monopolizaban toda los recursos los países del desaparecido bloque soviético.

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A lo poco conseguido, se juntaron en su día los sueños de grandeza del presidente francés entre 2007 y 2013 Nicolas Sarkozy, descontento con la pérdida de protagonismo de su país en Europa. El Proceso de Barcelona ya no le servía. Había que construir algo nuevo, solo mediterráneo, donde Francia sería el socio esencial. Y así fue como desapareció el Proceso y surgió la más modesta Unión para el Mediterráneo en 2008, para construir solidaridades entre las dos orillas a partir únicamente de proyectos concretos.

Gracias de nuevo a la persistencia española, Barcelona se quedó con la sede de la UpM, radicada en el Palacio de Pedralbes, donde un equipo de altos funcionarios de los países miembros trabaja a las órdenes del diplomático marroquí Fathallah Sijilmasi. Y también la cumbre de ministros de Exteriores que se ha celebrado esta semana, aunque los anfitriones, Artur Mas y Mariano Rajoy, tuvieron el detalle de discutir en público si eran galgos o podencos, si Barcelona es solo capital europea y mediterránea o si es la capital española del Mediterráneo.

Desde 2008 no se reunían los ministros europeos y mediterráneos, a pesar de que no faltaban motivos para abordar las lacerantes ausencias de paz, de seguridad y de prosperidad que sufre la región. Para empezar a enderezar el rumbo torcido del Mediterráneo algo podrían servir este tipo de reuniones, celebradas anualmente bajo este mismo formato, al estilo de los llamados Gymnich, por el nombre del palacio alemán donde se reunieron informalmente por vez primera en 1974 los ministros de Exteriores de la UE antes de una decisiva cumbre europea.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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