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Columna
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Sáhara

Con Marruecos tenemos un problema común importantísimo, que es el avance del yihadismo

Jorge M. Reverte

Desde el Tratado de Algeciras, a principios del siglo XX, la política exterior española ha estado marcada por una pesadilla, que es la relación con Marruecos, primero con el Rif, una franja del norte de Marruecos siempre hostil a quien quisiera pasar por allí sin permiso. Luego con el Sáhara.

Ya en tiempos del orgulloso califato de los Omeya, los cordobeses, que mandaban en el mundo, se las veían mal para mantener unas relaciones estables con Bagdad, la otra punta del imperio. Tuvieron que negociar con los rifeños para mantener el chiringuito.

En 1905 España se había quedado sin imperio americano y se agarró como a un clavo ardiendo al reparto de Marruecos. Le tocó bailar con la más fea, es decir, con un territorio pequeño, que no producía nada salvo grifa y seres feroces. Los rifeños causaron al Ejército español la peor derrota de su historia. Veinte mil españoles quedaron muertos en dos días por el asalto de bandas de desharrapados en Annual y sus inmediaciones. Aquello tuvo una enorme influencia en nuestra historia, incluida la Guerra Civil.

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Tanto el Sáhara como Ifni fueron ocupados muy posteriormente por tropas españolas amparadas legalmente con el subterfugio muy blando de que Marruecos no era independiente. Ifni fue devuelto a Marruecos tras una corta y vergonzosa guerrita. El Sáhara, en diciembre de 1975, con el cadáver aún caliente del general Franco, después de una torpe y más vergonzosa aún negociación con Hassan II. El Ejército español sufrió una humillación terrible. Los habitantes del Sáhara, que tenían documentación española, una humillación y una traición.

Ahora el Sáhara vuelve a ser noticia porque el juez Ruz ha imputado a un puñado de oficiales del Ejército marroquí por crímenes como genocidio, ni más ni menos.

España vuelve a estar en una situación difícil con su vecino. Todavía no están claras algunas acciones de nuestro Ejército en El Aaiún, y nuestra justicia se ocupa de las que tuvieron lugar posteriormente.

Ese es un argumento importante dentro de Marruecos, y que no puede ser soslayado por nuestra diplomacia. España es un país en el que la división democrática de poderes está asumida. Pero no es así en Marruecos, pese a los grandes avances que allí se han dado sobre garantías democráticas. Es muy difícil explicar esto allí, donde la palabra del rey Mohamed VI es la ley.

Con Marruecos tenemos, entre otros, un problema común importantísimo, que es el avance del yihadismo, que sólo se puede contener si Mohamed VI es capaz de concitar en torno a su figura y su significado político a las fuerzas democráticas que pueden plantarle cara al impulso teocrático y asesino de los lectores radicales del islam.

El auto del juez Ruz es ineludible. La democracia española lo exige. Pero también está claro que pedir ahora desde España la detención de militares marroquíes es enormemente inoportuno. La ley no debe ser ni oportuna ni inoportuna. En todo caso, un buen toro para lidiar por Margallo, Rajoy y Felipe VI.

¿Tendría Felipe González algo de tiempo? 

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