_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

A la intemperie

Si se ha salido ya de la pesadilla, el ciudadano pregunta: ¿qué hay de lo mío?, ¿para cuándo?

Joaquín Estefanía

La permanente percusión (prácticamente todos los grupos parlamentarios, uno tras otro) sobre la corrupción y la mentira no fue lo único que desestabilizó a un presidente de Gobierno que entró pagado de sí mismo en el debate parlamentario sobre el estado de la nación. También lo hizo la ausencia de reconocimiento de una recuperación económica que no disfruta el conjunto de la ciudadanía. Un relato, el económico, que fue prácticamente el único que tuvo Rajoy. Llegó al Congreso como Superman y salió como Clark Kent.

De las 36 páginas de discurso inicial apenas puede desgajarse una dedicada a la corrupción genérica (ni una alusión al caso Bárcenas), una centrada en Cataluña y sus tensiones, y cinco relacionadas con Europa (dedicó mucho más tiempo a mostrar la antipática superioridad sobre Grecia que a hablar de corrupción). El resto es macroeconomía pura, con este resumen: España es de los países “que más crece en toda Europa y el que más empleo crea (...) una nación que ha salido de la pesadilla, se ha rescatado a sí misma, ha recuperado la confianza económica, goza de prestigio, vuelve a ser atractiva para los inversores, ha reordenado su funcionamiento, ve crecer el consumo...”.

Aquella “flor de invernadero” que definió el ministro de Economía Luís de Guindos ya en el año 2013 (y que sustituyó a los hasta entonces manidos “brotes verdes”) ha devenido en esa especie de Arcadia feliz de Mariano Rajoy, aunque todas sus frases acaben con la retórica admonición de “todavía queda mucho por hacer”. ¿Cómo extrañarse entonces de que el ciudadano que ha sufrido los efectos de una devastación personal y familiar por mor de una crisis económica de la que no conoce precedentes vividos y que experimenta el bombardeo de la mejora, pregunte: qué hay de lo mío, cuándo voy a recuperar mi puesto de trabajo? Y si todavía no lo consigo, ¿cuándo volveré a disfrutar del seguro de paro que perdí hace tanto tiempo?, ¿cuándo dispondré de un poder adquisitivo similar al menos al del año 2007?, ¿cuándo podré utilizar, sin las gigantescas listas de espera actuales, una sanidad que contribuyo a financiar, la calidad de la educación anterior, los servicios de dependencia, etcétera, dado que la distribución de los sacrificios derivados de la austeridad han estado tan desigualmente repartidos?

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Ese es el peligro del discurso triunfalista del Gobierno: que resulta irritante si no se hace visible con extrema rapidez (si no, no le servirá para la amplia tanda electoral que hay por delante), que es explosivo en la comparación cotidiana entre unos y otros si la recuperación es tan dual como hasta ahora está siendo, dado que tanta gente llega a esta coyuntura desde muy abajo. En el que ya no prende lo de la “herencia recibida” cuando ha transcurrido casi toda una legislatura (Pedro Sánchez dijo eso tan acertado de “ustedes son ya herederos de sí mismos”). Esos ciudadanos que sienten lo mismo que canta el gran Luis Eduardo Aute: “Estamos al albur/ de la intemperie”.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_