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Columna
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Que los diputados catalanes, los hinchas del Betis, los habitantes honorables de Solsona, y los responsables de seguridad del metro, se lo piensen

Jorge M. Reverte

Mientras algunas cadenas de televisión transmiten el debate sobre el estado de la nación, podemos ver por otras en qué estado lamentable se encuentra en realidad nuestra nación.

Marta Ferrusola y su marido, Jordi Pujol, acompañados por su primogénito, se reían del Parlamento catalán haciendo por allí el paseo de los señoritos, que se dignaban en contestar de cuando en cuando a esos recién llegados a la política que son los actuales parlamentarios. La señora Ferrusola ejercía en realidad el oficio de ama de casa que trataba a la servidumbre como se merecía.

Pero la ejemplaridad se podía ver por todas partes de la geografía. Sevilla, sin ir más lejos. Una cuadrilla de indeseables coreaba apoyo a un presunto maltratador e insultaba a la víctima, sin que el presidente del Betis lo llegara a escuchar, bendita sordera.

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En Solsona, importante localidad de Lleida, una imprenta sacaba un cartel en el que se invitaba a la gente a asistir al carnaval con el incentivo de “matar españoles”. Nadie, ni el impresor, se dio cuenta de la barbaridad que eso significaba. Nadie se acordaba de que en el País Vasco hasta hace poco esto era algo más que un juego.

En Madrid, en el metro, los vigilantes de una empresa de seguridad recibían la instrucción de atender con especial esmero la presencia de maricones en actitud cariñosa, lo que realmente debía ser insoportable para los viriles jefes de la empresa. Hasta que el asunto no salió en la prensa, nadie del metro pareció enterarse de ello.

Para evitar semejantes casos de ceguera ante el señoritismo, los malos tratos, la xenofobia o la homofobia, yo creo que habría que actuar de oficio. Que los diputados catalanes, los hinchas del Betis, los habitantes honorables de Solsona, y los responsables de seguridad del metro, se lo piensen.

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