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Qué dirá el santo padre

Varios papas se quedaron callados ante graves acontecimientos del del siglo XX. Una actitud distinta a la que tiene Francisco

Juan Cruz

Siempre me viene esa canción de Violeta Parra. Qué dirá el santo padre que vive en Roma, que le están degollando a su paloma...

Cuando menos te lo esperas, la memoria es una canción. Me encontré con Raimon, en el homenaje de los periodistas a María Antonia Iglesias. Y mi saludo al cantante fue una canción suya: “De vegades la pau no és mes que por” [A veces la paz no es más que miedo].

El régimen de Franco había decretado la paz y, aunque había asesinado a Puig Antich y a Grimau y siguió fusilando a los rojos adversarios, estimaba que podía decir paz impunemente. Cantábamos para salvar la palabra paz, que entonces estaba envuelta en la palabra miedo.

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Entre esas canciones estaba la de Violeta Parra, Qué dirá el santo padre. El santo padre que vivía en Roma no dijo nada cuando Franco ordenó la muerte de Grimau. Esa es la raíz de la canción. Le estaban degollando a su paloma y el Papa guardó silencio.

Entonces los papas nos importaban poco, pero mandaban muchísimo. La excepción fue Juan XXIII; en aquel momento leíamos Pueblo, que reflejó (en mi recuerdo es así) con raro atrevimiento el asesinato de Puig Antich (del que trata un libro de Gutmaro Gómez Bravo que se presenta mañana), y ahí estaban las crónicas que del Concilio escribía Juan Arias; como entonces casi todo era aire enrarecido, esas crónicas eran un ventarrón en un país que olía a sacristía; los curas desfilaban con los militares, en mi pueblo obligaban a los ciudadanos a arrodillarse al paso del Santísimo, mientras se escuchaba el himno nacional, y todo se parecía a una iglesia en la que el silencio también afectaba a la vida cotidiana, donde una palabra más alta que otra era atajada de mala manera por la policía y por la gente que se creía policía.

Los uniformes eran tan determinantes como las órdenes, y a uno le daba miedo decir cualquier cosa porque todo nos estaba vigilando. La suerte era contar con las canciones; por ahí entró la canción protesta, y poco a poco vinieron palabras mayores de nuestro pasado periodístico: Hermano Lobo, Por Favor, Triunfo...

Los periódicos se fueron desprendiendo del yugo y las flechas, y a la Iglesia le nacieron hijos díscolos, como aquel bendito Alberto Iniesta, que no es santo porque la Iglesia no se entera de quiénes son sus mejores hijos. Las canciones nos salvaban del miedo y de la paz que imponían desde el Pardo y desde cualquier sitio. De vegades la pau...

Cuando entró en nuestros oídos, y en nuestra emoción, Violeta fue, sobre todo, porque decía desde Chile cosas que a nosotros mismos nos pasaban, en la vida, en la cultura, en la política, y era ágil y ligera, como una paloma. Aquí estaban advirtiendo: la paz que dicen es miedo.

Como nuestro entorno era tan radicalmente clerical, pues la Iglesia ha marcado nuestras vidas hasta ahora mismo, de esas canciones se nos quedó sobre todo esa, qué dirá el santo padre que vive en Roma...

Pues ahora hemos visto, por ejemplo, lo que dice este santo padre que vive en Roma: a aquel que insulte a mi madre, un puñetazo. Lo dijo sonriendo, claro, pero hay cosas que no las puedes decir ni aunque hayan degollado a tu paloma.

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