El desahucio
Para ser ministro del Interior, y católico piadoso, ha dado la impresión de estar desinformado y muy enojado con las organizaciones humanitarias
La emigración es una forma de desahucio. Acabo de despedirme de Juan, un joven vecino en la Costa da Morte. Su abrazo equivale al de una multitud. Porque es fuerte, un gran trabajador, experto en manejar el “helicóptero”, o fratasadora, esa máquina tremenda para alisar el hormigón. Y porque son muchos los jóvenes que se van como él, día tras día, en un desahucio demográfico que deja atrás un paisaje de deslugares. O como decía un paisano, “desadornado de gente”. En víspera de salir para el cantón de Jura, mi amigo no parece triste. La tristeza se queda aquí, en el país del desahucio. Así que Jorge Fernández debería ser más cauto, hablar menos en “caliente”. Para ser ministro del Interior, y católico piadoso, ha dado la impresión de estar desinformado y muy enojado con las organizaciones humanitarias. En esa reacción, se nota que la nueva Ley de Seguridad Ciudadana transmite inseguridad. Como una maquinaria pesada, una fratasadora, sin garantías. Se ha criticado también estos días el desahucio de El Quijote en la enseñanza española. El preámbulo a la mejor Ley de Seguridad está en la obra de Cervantes: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos...” Las leyes tendrían por misión solucionar problemas, no multiplicarlos. ¡Hasta el César se hacía acompañar de un “insultador” para bajar los humos! Ahora, al insultador, don Jorge le metería un puro de 30.001 euros. Parece que a este Gobierno le incomoda el inconformismo actual y que le gustaría cambiar el pueblo por otro más dócil al imperio de su voz. Por eso, tanto desahucio. El desahucio de la vivienda. El desahucio energético. El desahucio juvenil emigratorio. El desahucio de la pluralidad en los medios públicos. Y ahora, el desahucio democrático.