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Un muro amenaza a los beduinos

Las poblados instalados en el este de Jerusalén están amenazados por una orden de derribo Sus habitantes se resisten a irse e intentan sobrevivir en un entorno hostil

Niños beduinos se suben a la copa de un árbol en su poblado.
Niños beduinos se suben a la copa de un árbol en su poblado.E.D.

Saja tiene 5 años y este setiembre empezó la escuela. Su rutina de las mañanas es similar a la de muchos niños del mundo. Se levanta, se viste, almuerza y sube al coche que la llevará a su escuela situada en una ciudad cercana. La diferencia es que nadie puede asegurarle que cuando vuelva su casa continuará en pie. Ni a ella, ni a ninguno de los niños que comparten el coche hacia el colegio con ella. Todas las construcciones de su aldea están pendientes de una orden de desalojo y destrucción que puede aplicarse en cualquier momento. El pequeño pueblo de Jabal al Baba está condenado a desaparecer y mientras tanto sus 350 habitantes viven en tiempo prestado.

Su caso no es único, sino muy común entre la gente que vive la llamada área C, una paradoja legal creada por los acuerdos de paz de Oslo, y que abarca todas las zonas rurales de Cisjordania. Aunque el territorio es reconocido como parte de la autonomía palestina, el gobierno israelí mantiene de facto el control administrativo y militar en toda la zona. Por lo tanto, todos los permisos de construcción y vivienda tienen que ser procesados desde Tel Aviv. En los últimos años, el gobierno ha denegado el 90 % de las peticiones. En total, hay 180.000 personas viviendo en este limbo legal, pero son las aldeas beduinas, al este de Jerusalén, las que sufren más presión.

Saja, una niña beduina, posa en su casa que puede ser demolida en cualquier momento.
Saja, una niña beduina, posa en su casa que puede ser demolida en cualquier momento.E. D.

El gobierno israelí planea trasladar a todas las tribus (unos 12.000 individuos), de sus aldeas actuales a una nueva ciudad creada en el valle del Jordán. Un desplazamiento al que ellos se oponen totalmente. En lo que va de año, sin embargo, ya se han destruido centenares de casas. Visitando el hogar de Saja y su familia es difícil entender qué tiene esta aldea de especial. La tierra es semiárida, difícil de conrear, muy distinta de los fértiles campos que se pueden encontrar en el valle del Jordán, al este del país. El pueblo —llamarlo así es ser muy generosos con la definición— es una agrupación de cabañas y chabolas sin ningún valor histórico ni religioso. “El problema no es el pueblo en si, sino dónde está situado”, explica la técnica del ONU, que hace de guía por el lugar.

Cualquiera de los niños que pasa la tarde subido a las ramas de alguno de los arboles puede contemplar la singular localización de su aldea. Al oeste se dibuja el Monte Olivo de Jerusalén y el muro de metal que separa Cisjordania con Israel, girando a 180º hay otro muro, el de Ma’ale Adumin, el asentamiento israelí más grande en Palestina con casi 40.000 habitantes. Ahora el gobierno quiere unir Ma’ale con Jerusalén creando una nueva colonia que pasaría justo por encima de los poblados beduinos. Es el llamado proyecto E-1, también conocido como “la muerte de los dos estados”, ya que dividiría Cisjordania en dos haciendo un futuro estado palestino inviable.

Para Initzar, la madre de Saja, el E-1 no representa solo un problema político. Es uno muy real. Señala las tiendas de Cruz Roja donde viven vecinos cuyas casas han sido destruidas. Más extrema es la situación de Abu-Ghassan. El beduino, ciego, explica que los soldados vinieron una noche de abril y no le dieron ni siquiera tiempo para sacar sus pertenencias antes de la demolición de su vivienda. La ONU le dio un barracón prefabricado que fue requisado en mayo, y después, la Cruz Roja le cedió una tienda provisional que fue desmontada en junio. Abu vivía en la casa con sus 10 hijos, el más pequeño de los cuales tiene cinco años. Ahora, todos duermen en un establo de un familiar. Ayudado por uno de sus descendientes, enseña los restos de su casa mientras relata que los más pequeños aún tienen pesadillas.

Los restos de la casa de Abu-Ghassan, en el fondo Ma'ale Adumin.
Los restos de la casa de Abu-Ghassan, en el fondo Ma'ale Adumin.E. D.

Los beduinos no solo tienen miedo a perder su casa. Sus poblados carecen de las infraestructuras básicas y saben que la inversión en ellas no llegará porque lo que quiere el gobierno es desmantelarlos. La Autoridad Palestina tiene prohibido hacer ninguna obra en el área C, aunque nadie protesta si aparecen cables y tuberías “ilegales” que conectan las aldeas con alguna de las ciudades cercanas. En el caso de Jaba Al Baba, la electricidad y el agua se cogen “prestados” de Al- Eizariya, una ciudad palestina que hay unos kilómetros al sur. La misma donde Saja va a la escuela y donde irán sus dos hermanos cuando crezcan. Initzar, su madre, está muy orgullosa de ellos, pero reconoce que la situación no es la ideal. No hay transporte público, por lo que los niños son llevados en coches particulares por una carretera que es más bien un camino de barro, bajo la amenaza constante de encontrar los soldados y los temidos check point donde pueden ser retenidos por tiempos indefinidos.

Initzar tiene 28 años y es licenciada en Trabajo Social, pero, como la mayoría de mujeres beduinas, dejó de trabajar cuando se casó. Tradicionalmente viven de sus rebaños, mayoritariamente cabras, pero su espacio de pastura es casa vez más reducido. Si algún animal se escapa o pierde es capturado por los soldados israelíes y puesto en cuarentena en un centro especial. Los animales pueden pasar meses en esa "prisión para cabras” antes de ser devueltos a sus propietarios, si es que lo son. Dada la precaria situación económica, el marido de Initzar ha decido ir a trabajar cada día a Ma’ale Adumin, construyendo casas para los colonos que quieren echarle de la suya.

Los beduinos viven principalmente de sus rebaños de cabras.
Los beduinos viven principalmente de sus rebaños de cabras.E. D.

El gobierno israelí ha prometido casas y compensaciones a los que se vayan. “Con una mano nos ahogan mientras con la otra nos ofrecen de todo para irnos”, describe la situación el alcalde de Jaba al Baba. “Pero no vamos a marcharnos”, zanja. La mayoría cree que irse a la ciudad sería renunciar a su cultura ancestral y estar condenados a la miseria, ya que no sabrían adaptarse al ambiente urbano. Un experimento similar de los años 70, cuando el gobierno israelí reubicó a más de 100.000 beduinos que vivían en el desierto del Negev en siete nuevas ciudades, parece darles la razón. Aquellas nuevas ciudades son hoy las más pobres de Israel, con indices de paro muy por encima de la media del país. No quieren repetir la historia y han decidido aguantar por todos los medios posibles. Cueste lo que cueste. El tiempo dirá si su resistencia será en vano o dará frutos. No hay muchos indicios para la esperanza: aunque la ONU publicó un duro informe este septiembre pidiendo que no se hiciera un traslado forzoso de las tribus, este tuvo poca repercusión internacional. Si no cambia la situación, la desaparición de las últimas tribus nómadas de Palestina será una nota más en las miles de tragedias del conflicto palestino-israelí.

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