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Nivel cero de indumentaria en Formentera

Jacinto Antón
El biólogo y submarinista Hans Hass junto a a su segunda esposa, Lotte, recién salidos del mar y discutiendo sobre a qué chiriguito ir a comerse la paella
El biólogo y submarinista Hans Hass junto a a su segunda esposa, Lotte, recién salidos del mar y discutiendo sobre a qué chiriguito ir a comerse la paellaHans Hass (Wild Film History)

Algunas de las grandes peripecias del verano las he vivido en nivel cero de indumentaria, lo que propicia una reflexión sobre qué es absolutamente necesario ponerse para la aventura. Mi respuesta es: en realidad, nada.

Aclaremos que estamos hablando de lugares con clima benigno tirando a cálido. La aventura polar, por ejemplo, tiene exigencias muy precisas de atuendo, y aun así ni siquiera un buen forro de piel de foca te garantiza que no lo vas a pasar fatal en, por ejemplo, la banquisa antártica del Mar de Weddell. Tarzán, en el otro extremo, nos ha hecho ver cuántas y valerosas cosas es posible hacer en taparrabos.

Decía que he vivido este estío aventuras tan escaso de vestuario que en puridad no llevaba nada. Mientras en las costas catalanas se cerraba una playa por la presencia de una pastinaca –una raya–, yo he visto montones en Formentera bañándome alegremente ente ellas al natural, aunque procurando hurtar, eso sí, del alcance de sus largas colas con dolorosos aguijones las partes más conspicuas de mi cuerpo. En esos felices buceos en las aguas turquesas de las playas de Mitjorn me identifico con los aventureros Costeau, Evelio P. y Hans Hass –que nadaba con las grandes mantarrayas, los diablos del Mar Rojo, acompañado de su espectacular segunda mujer Lotte, que eso sí era un espectáculo–. Permítanme hacer una digresión para hablar del neopreno. Es mencionar la palabra y ya siento un escalofrío que no sé si es de placer (pensando en Lotte, las chicas Bond –¡ay el minineopreno naranja de Claudine Augger en Operación Trueno– o Rosanna Arquette en El Gran Azul) o de aprensión por el miedo que me dan el escafandrismo y las profundidades.

El neopreno, en lo que estamos, hay que saber vestirlo. Conocer tus medidas reales es esencial: del esplendor heroico al ridículo total –quedarte atascado dentro– hay un paso con esa prenda (como sucede con tantas indumentarias aventureras: ya hemos tratado la sahariana). Al usarlo, el neopreno, aunque no nos metamos muy levemente en el mar y nos limitemos a lucirlo en tierra para un selfie, nos dejaremos siempre las botellas de oxígeno puestas y exhibiremos cuchillo en la corva y fusil submarino (a ver quién te dice en los chiringuitos Juan y Andrea o el Beso que estás ridículo si apuntas en su dirección con el arpón; y además, a lo mejor te sirven antes).

La isla y el envoltorio

Volviendo al origen de estas líneas constato que cada año al irme a Formentera caigo en el mismo error: meto demasiada ropa en la maleta, incluido el bañador. Como queda dicho, la aventura marina la puedes vivir en epidermis, y siempre te puedes alquilar un neopreno –mejor no muy usado–. Otra cosa es la actividad social. Ahí hay que ponerse algo. A diferencia de en la vecina Ibiza, las exigencias de vestuario en Formentera son muy laxas. Empezando por los pies, la cosa no va más allá de unas baqueteadas abarcas. Pantalones cortos (unos tejanos cortados y deshilachados van de cine), camiseta vieja muy desteñida –sin lagartija, por favor–. Polo –nunca con caballito–, solamente en los chiringuitos de Illetas, el Molí de Sal o en el Carlo; fular, únicamente si eres italiano o quieres pasar por serlo, para reírte con los comentarios. Un saludable aire hippy, con alguna rasta, si puedes, o al menos unos enredos, y unos collares a los que puedes añadir alguna cosilla que hayas encontrado en la playa –una concha, un alga-, es más que recomendable especialmente en sitios como el Pelayo.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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