Cada día
Estamos aquí para servirnos los unos a los otros. Y para recordarnos
Con un arrojo ejemplar muchos lectores de periódico lo primero que hacen es asomarse al balcón de la primera página, por el que se suele divisar un paisaje erizado de titulares que dan la voz de alarma sobre guerras, epidemias, sobornos y cohechos. Otros, en cambio, prefieren empezar por la última, tal vez en busca de un hueco por el que se cuele algún rayo de luz que les ayude a soportar el resto de las imágenes de esa ración diaria de actualidad. Cada espacio en cada página de un diario es una ventana. Una ventana abierta al diálogo y al intercambio de ideas. Muchos desde sus saeteras denuncian. Protestan contra el curso de los acontecimientos. Contra las injusticias. Y así debe ser. Pero los hay que, convencidos también de que el suelo bajo nuestros pies no tiene nada de firme, de que no hace más que abrirse, tragándose unas veces a unos y otras a otros, procuran que el ventanuco del que disponen tenga algo de vidriera de colores. Un marco en el que se pueda hablar de la entereza, de la ternura y hasta de la risa, que también forman parte de la realidad. Una risa como la del editor Jaume Vallcorba, que tantos han recordado estos días desde estas mismas páginas o desde otros periódicos, a raíz de su muerte hace hoy una semana. Cuando contaba una anécdota, espiaba a su interlocutor. Y si al final se reía, él, feliz, lo hacía también y parecía que hubiera cometido una gran travesura. ¿Y para qué estamos aquí, si no es para servirnos los unos a los otros? Es una frase con la que me he tropezado hace poco. Me la dijo Antonio, un hombre sencillo, al que conocí de forma fugaz en un pueblo del sur. Tenía razón. Estamos aquí para servirnos los unos a los otros. Y para recordarnos. Y eso es precisamente lo que hace la prensa. Cada día.