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Columna
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Picante

Todo picante es poco. En los mítines, las masas republicanas piden la cabeza de Obama

Manuel Rivas

Ya tenemos al hombre. Ya sabemos, por fin, quien mató a Kennedy. Fue el líder de Podemos: Pablo Iglesias.

Hay un extraordinario telefilme sobre la campaña a la presidencia de los Estados Unidos en el 2008, en la que se enfrentaron el senador republicano John McCain, un “héroe americano”, y el hasta entonces casi desconocido Barack Obama. La película se titula Game Change (premio Emmy 2012). De lo que conozco, la mejor realización sobre un asunto político contemporáneo. El “cambio de estrategia” al que se refiere el título es el giro que introduce la irrupción de Sarah Palin al lado de McCain como candidata a la vice-presidencia. Todo es tan verídico a la hora de mostrar el lado oscuro de una campaña que no me extrañaría que Palin fuese recordada por la interpretación que de ella hace la actriz Julianne Moore. El momento crucial es cuando el discurso fanático de Palin relega al más moderado de McCain. Se deja a un lado el lema patriótico de “lo primero es el país”, y toda la maquinaria se concentra en la construcción del enemigo, Obama como Satán, para luego abrasarlo. No importan las explicaciones. No importa que el demócrata condene el terrorismo. En la excitación de la caza simbólica al hombre, se activa lo que Karl Popper llamó “la ley de las especies picantes”. Todo picante es poco. En los mítines, las masas republicanas piden la cabeza de Obama: Socialista, musulmán, extranjero... ¡Acompañante de terroristas! ¡Terrorista! McCain está incómodo, pero la dinámica parece imparable. Hasta que se produce lo que los clásicos griegos llamaban “dignidad en la caída”. Hacia el final de la campaña, alguien suelta una barbaridad sobre Obama. El héroe de guerra McCain se revuelve: “Es un padre de familia decente como yo... Pensamos diferente, pero somos conciudadanos americanos”.

Fin de la historia.

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