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EL PULSO
Columna
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El adiós de ‘Dani el Rojo’

Daniel Cohn-Bendit se despedía de la cámara de la UE después de 20 años con acta de diputado verde. El mismo que en Mayo del 68 se asomaba a las portadas de todos los periódicos del mundo

Daniel Cohn-Bendit se despidió del Parlamento Europeo lanzando besos.
Daniel Cohn-Bendit se despidió del Parlamento Europeo lanzando besos. Frederick Florin (Getty)

Resultaba extraño verle sentado en su escaño del Parlamento Europeo, tirando besos a sus colegas que le ovacionaban, con barriguita, chaqueta oscura, camisa azulada, pelo entre pajizo y blanco, sus eternas gafas redondas y ese aire de simpatía natural que a alguna gente no le abandona por más que siga envejeciendo. Daniel Cohn-Bendit se despedía de la cámara de la UE después de 20 años con acta de diputado verde y tú te decías, como en el tango, que 20 años no son nada. Ni siquiera parecían demasiados 50, el tiempo que ha transcurrido desde que aquel Dani el Rojo, durante el Mayo Francés, se asomaba a las portadas de todos los periódicos del mundo.

Los jóvenes españoles de mi quinta envidiábamos su desparpajo, su forma de llamar paquidermos a los políticos surgidos de la Guerra Mundial, a comenzar por Charles de Gaulle. Y nos asombraba ver al reputado filósofo Jean-Paul Sartre correr con aire de batracio detrás de Dani para tratar de explicarle cómo había que hacer la revolución. En el fondo, le envidiábamos porque intuíamos que a diario podía escoger la chica rebelde con la que pasar la noche en un aula de la Sorbona ocupada.

Le conocí una tarde-noche, en una situación en cierto modo rocambolesca y algo desternillante. Por eso le guardo afecto, porque me gusta recordar con cariño a las personas junto a las que me he reído. Un amigo común, José María Mendiluce, se presentaba como candidato verde a la alcaldía de Madrid en las elecciones municipales de 2003, como alternativa a la izquierda tradicional socialista y comunista. Y en el acto de fin de fiesta de su formación actuábamos, además de Mendiluce, el cantante Loquillo, Dani el Rojo y un servidor. Yo creo que todos intuíamos que era un batalla perdida. Pero estábamos dispuestos a echar el resto.

El camino entre el hotel en donde Mendiluce había establecido su cuartel electoral y la sala de fiestas en donde se celebraría el mitin lo recorrimos despacio. Íbamos con tiempo sobrado y era una noche de recio invierno, de modo que parábamos en alguna taberna para aliviarnos del frío echando un trago. Cohn-Bendit no tomó ni una copa. Cada vez que entrábamos en un bar, se iba derecho al mostrador, cambiaba billetes en monedas y se vaciaba los bolsillos en la máquina tragaperras. No le vi ganar una sola vez.

Su discurso fue fresco, ingenioso, cargado de soltura. Mientras hablaba, no sacó las manos de los bolsillos del abrigo. No soy capaz de recordar qué dijo. Loquillo nos puso firmes a golpe de rock y yo no sé qué obviedad solté sobre los políticos de izquierdas que se hacen ricos. Mendiluce arremetió contra la derecha y se ofreció a pactar una gran fuerza de izquierdas para desbancar a los conservadores del poder municipal. Como era previsible, no salió un solo concejal de aquella lista en las elecciones celebradas días después.

Y ahora me acomete una singular ternura ese Dani que lanza besos a los parlamentarios el día de su despedida del Parlamento de Estrasburgo, mientras le recuerdo en la esquina del mostrador de una taberna madrileña, echando monedas sin pausa a esa máquina que quizá sea una de las más significativas metáforas del sistema que nos ha vaciado los bolsillos a todos los europeos.

¡Se nos va aquel chico ganso que se burlaba de las orejas puntiagudas de De Gaulle y de la mirada de anfibio de Sartre! Y con él, una parte de nosotros. Lo cierto es que no puedo evitar seguir recordándole con cierta envidia.

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