_
_
_
_
_

El peso de llamarse Mandela

En el nombre de su abuelo, Ndaba ha iniciado su cruzada africana El primero en hacerle justicia al patriarca habla de la gran promesa de su continente y de la bronca familiar. Imagen de una marca de gafas catalana, él ha tomado el relevo

Ndaba Mandela, nieto del fallecido expresidente sudafricano, durante su visita a Madrid a mediados del mes de abril.
Ndaba Mandela, nieto del fallecido expresidente sudafricano, durante su visita a Madrid a mediados del mes de abril.SAMUEL SÁNCHEZ

Ndaba Mandela, el cuarto de los nietos de Nelson Mandela, habla como su abuelo, todo aplomo, convicción, gravedad (y el punto justo de chulería). “Somos un mercado de más de mil millones de consumidores. Tenemos la población más joven del mundo, con el 70% por debajo de los 40 años. Las grandes corporaciones ya nos han echado el ojo, China nos busca para invertir porque Europa y América envejecen. Cómo vas a negarme que África está creciendo”, le espeta al periodista descreído, que no puede evitar reparar en la calidad del moderno traje marino de su interlocutor. Tiene la planta de Jay-Z, la elegancia de Sean Combs, la arrogancia de Kanye West, pero, sobre todo, el carisma de su oupa Madiba. A ver quién le tose.

¿Nuevo líder social africano a la vista? “No, no. Yo solo soy el tipo que les da a los jóvenes una plataforma para que se escuche su voz, ya sea en el arte, la tecnología, la gastronomía, la moda… El destino de los africanos está en sus propias manos. Si quieren que los lidere, entonces lo haré, pero son ellos los que tienen que decirlo”.

No es mala aspiración para el que fuera un crío que deseaba hacerse mayor para ir a la cárcel como su abuelo. “¡Qué diablos, él vivía como un rey y en mi casa ni siquiera teníamos piscina!”, rememora con su risa grave. Nieto y abuelo se conocieron a principios de 1990; él apenas tenía 7 años y, a sus 71, el padre de la Sudáfrica democrática ya contaba las horas para su libertad en aquella casita con jardín y piscina de la penitenciaría Victor Verster de Paarl. No, nunca hubo barrotes entre ellos. De las penurias en Robben Island (“Aquí es donde vas a morir”, le dijeron al recluso número 466 que ingresaba en la isla-prisión en 1964) y Pollsmoor, el chico no sabría hasta mucho después. Incluso en eso fue magnánimo Madiba, que le ahorró los malos recuerdos, dice Ndaba.

“Me presionaba para ser el mejor. ‘Eres mi nieto, la gente se fijará en ti’, decía”

Segundo retoño de Makgatho —el segundo hijo del primer matrimonio de Nelson con Evelyn Mase—, Ndaba (Johanesburgo, 1983) es en realidad el primero de los herederos en hacerle justicia al apellido del patriarca de tan vasta dinastía. Al difunto presidente le sobreviven dos de sus tres esposas, cuatro de sus seis hijos, 17 nietos y 12 de sus 14 bisnietos, una melé familiar de mucho cuidado, campo minado de tensiones y rencillas. “Es lo que pasa cuando alguien se casa y se divorcia tres veces. Las mujeres quieren que los hijos de cada uno de los matrimonios sean considerados los legítimos, pelean por su propio espacio, y esas luchas se trasladan a los niños”, concede el nietísimo, que exculpa enseguida a su abuelo: “La división en nuestra familia era, es, real, pero fueron sus esposas [Evelyn, Winnie Madikizela y Graça Machel] quienes quizá la propiciaron, no él”.

He aquí el quid de la cuestión, recacareada por sus descendientes: como padre de la patria, Nelson Mandela fue sobresaliente; como padre de familia, un fracaso. Lo certifica Ndaba: “En nuestra cultura, la familia es lo más importante, y yo vi cómo la dedicación de mi abuelo a la política le afectaba negativamente en ese sentido. Estaba disponible para todo el mundo menos para sus hijos. Cierto que las cosas han cambiado, que la situación del país es otra y hoy se puede compaginar política y familia sin mayor problema. Pero la lucha interna sigue estando ahí. En mi caso, el reto en este nuevo régimen de consumismo, de capitalismo, en el que uno quiere mansiones, coches, lo último en moda, ser guay y encajar, pasa por contribuir al progreso de mi gente, devolverle lo que me ha dado. Y eso es algo que no puedo decir que haya elegido yo”. El emprendedor/empresario cool, que en febrero entraba al fin en política como consejero del ala más joven del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés, el partido de su abuelo, en el actual Gobierno sudafricano), se refiere a que abrazar el legado de Mandela fue cuestión de responsabilidad: “Tengo que decir que el mío era un entorno privilegiado. Y por eso Madiba me presionaba tanto, para ser el mejor en todo. ‘Eres mi nieto, la gente se fijará en ti’, me decía. Le gustaba la disciplina y, quizá por eso, ponía mucha distancia entre él y sus hijos y nietos. Lo curioso es que yo nunca supe muy bien a qué quería dedicarme. Empecé Psicología, pero no me gustaba ir a clase, así que suspendía y acabaron echándome. Mi primo Kweku me animó entonces a probar con Ciencias Políticas y resultó [se graduó en la Universidad de Pretoria], aunque no lo vi claro hasta que tuve la oportunidad de viajar al extranjero con mi abuelo, en 2009: me di cuenta de lo poco o nada que sabía de nosotros, de África, toda aquella gente importante que conocí. Así empezó mi viaje”.

Emprendedor social —como le gusta presentarse— y filántropo, Ndaba comparece recién proclamado uno de los 28 icónicos “hombres del cambio 2014” por la cadena estadounidense Black Entertainment Television y como vicepresidente del Pan African Youth Council, pero los títulos, dice, no son nada sin una misión. La suya: que sus paisanos crean al fin en el “sueño africano” inspirado por Mandela. Encauzada la política, contribuye a la revolución económica desde su fundación Africa Rising, que creó en 2009 con su primo Kweku Mandela Amuah. En su agenda: desde programas educacionales en zonas rurales hasta las campañas mediáticas para fomentar el diálogo entre países, e incluso una red social, Mandela.is. Buscando la máxima visibilidad, acaba de asociarse con la firma óptica catalana Etnia Barcelona, que donará el 5% de los beneficios de las ventas de su nueva colección de gafas de sol, Wild Love in Africa, a la fundación. El laureado fotorreportero de National Geographic Steve McCurry se ha ocupado de las imágenes de la campaña, fotografiada en la reserva sudafricana de Lindbergh Lodge. “Con esta colaboración se nos presentaba la ocasión perfecta para demostrar cómo se hacen las cosas, además de ser una manera de enseñar nuestro continente y de inspirar a los inversores”, explica. Orgullo, historia y herencia son palabras recurrentes en su discurso.

Jonas Ohentse, artista de Wallmaranstaad, 52 años, con unas gafas de sol de la colección Wild Love in Africa.
Jonas Ohentse, artista de Wallmaranstaad, 52 años, con unas gafas de sol de la colección Wild Love in Africa.STEVE MQCURRY

La inmensa fortuna de la familia del hombre que con su lucha dio carta de naturaleza a una Sudáfrica libre y moderna, amasada en las pasadas dos décadas merced a sus inversiones en dos centenares de empresas que operan en sectores de lo más dispares (inmobiliaria, ferrocarril, minería, farmacia, moda, ocio), está oculta en una red compuesta por al menos una veintena de entidades financieras tramadas por el exabogado familiar. Algunas de estas entidades figuran además como propietarias de lujosos inmuebles en los barrios más exclusivos de Johanesburgo. Súmesele a todo eso el continuo cruce de acusaciones entre los miembros de la familia en los últimos dos años —que si tú eres hijo ilegítimo, que si tus hijos también y si no que se lo pregunten a tu chófer, que si tú no tienes derecho para explotar el apellido Mandela, que si tú eres un drogadicto…— y tendremos el escándalo servido. En el centro de la polémica, siempre, Mandla Mandela, el díscolo hermano (o hermanastro, según) mayor de Ndaba. “El nuestro es un clan de jefes, de señores. Somos mediadores, consejeros, y nuestra labor es mantener las relaciones entre las familias de nuestra comunidad. Mi abuelo nos enseñó a hacerlo de igual a igual. De él aprendimos a no juzgar a nadie por su condición, por su origen o por su aspecto. Desgraciadamente, algunas personas como mi hermano se creen mejores o más importantes que los demás. Todos nos alegramos por él cuando aceptó la jefatura de los Xosha [la tribu a la que pertenece la familia], hasta que, cinco años más tarde, descubrimos que lo había hecho por las razones equivocadas. El año pasado colmó nuestra paciencia al trasladar sin permiso a su feudo de Mvezo los cuerpos de varios familiares fallecidos que estaban enterrados en la casa familiar de Qunu. Ese es mi hermano, el que quiere ser líder del clan, pero que no lo respeta. No sabe lo que significa ser líder, no sabe que para ser jefe debes aconsejar en interés del bien común, no del tuyo propio. Mi tía Makaziwe, con mis otros hermanos y yo, terminamos denunciándolo y fue condenado a devolver los restos a su lugar original. Espero que haya aprendido la lección”, cuenta sin alterarse.

Ahora que la familia se ha hecho cargo de la situación, solo queda por dilucidar si procede la explotación comercial de la marca Mandela. ¿Glamurización del nombre o expolio de mal gusto? Ndaba sabe cómo darle la vuelta a la amarga tortilla: “¿Y por qué no solo añadirle valor al nombre? Hay una cosa que la gente no entiende: en el pasado, muchos han querido hacer dinero a costa del apellido Mandela, dejando al margen a la familia. Y ahora que el clan tiene la sartén por el mango, se nos mira con suspicacia. ¿Por qué los extraños pueden sacar provecho económico y los propios no? La familia ha sufrido muchos años por esto. Yo creo que mientras no se desvirtúe el mensaje de mi abuelo, no hay problema. Odiaría que Mandela fuera el nuevo Che Guevara, una camiseta sin significado”.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_