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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las desavenencias

White, el que creó la arquitectura de Bretton Woods y venció a Keynes, era un espía soviético

Joaquín Estefanía

No todos los organismos multilaterales piensan lo mismo. Lo hemos visto la pasada semana cuando la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, pedía al Banco Central Europeo (BCE) medidas concretas contra la deflación, y este no respondía más que con declaraciones. Mario Draghi, su gobernador, contestaba irónico a Lagarde al decirla que el FMI había sido “muy generoso” con sus declaraciones, pero que se metiese en lo suyo y no en lo de otros.

Es curiosa la forma en la que habitualmente los responsables del BCE reaccionan a las críticas a su labor por parte de Gobiernos, políticos, economistas o altos burócratas: con el orgullo del gran banquero. El BCE puede decir lo que le plazca (repasen, por ejemplo, la impertinente carta que en agosto de 2011 dirigía al presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, lo que le demandaba imperativamente en materia de reforma laboral, negociación colectiva... y lo que no le decía —ni una palabra— sobre la situación de la banca española), pero nadie puede poner en duda sus medidas o su inacción: puño de hierro, mandíbula de cristal.

Estas desavenencias entre organismos multilaterales tuvieron un hito en las diferencias que manifestaron en la crisis asiática del año 1997 —el antecedente más parecido a la crisis actual— las dos instituciones hermanas nacidas tras la Segunda Guerra Mundial: el FMI y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, conocido como Banco Mundial (BM). En la asamblea de un año después, el BM, representado por su presidente James Wolfenshon y su economista jefe Joseph Stiglitz, criticó abiertamente la línea ortodoxa y conservadora del FMI de Michel Camdessus y Stanley Fischer, gerente y subdirector gerente de la entidad, y defendió tipos de cambios más flexibles y la aplicación de un cierto keynesianismo.

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Es curiosa la forma en la que habitualmente los responsables del BCE reaccionan a las críticas a su labor: con el orgullo del gran banquero

Viene al caso, al subrayar esas diferencias de diagnóstico y de soluciones a la crisis asiática, recordar que el FMI y el BM surgieron del diseño que se dio al orden económico mundial a partir de 1945. En Bretton Woods se enfrentaron dos concepciones del mismo representadas por el economista británico John Maynard Keynes y por el norteamericano Harry Dexter White, representante del Tesoro. La supremacía de EE UU, el gran vencedor de la contienda, venció a la visión razonada de Keynes que, remoloneando, la aceptó al final.

La apasionante contienda intelectual entre Keynes y White es novelada en un interesantísimo libro de reciente aparición Memorial del engaño (editorial Alfaguara) del mexicano Jorge Volpi, un trasunto de la actual crisis económica y sus ladrones, con un relato secundario que a algunos, como a mí, les puede parecer el principal: la gran paradoja de que quien crease la arquitectura entera del nuevo orden capitalista moderno, Harry Dexter White (y sus principales colaboradores en Bretton Woods) fuese en realidad un espía soviético y un agente de Moscú. Ya se sabía algo de ello, pero no tanto.

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