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Los papas y el vino

L eo que la nación europea en la que se toma más vino per cápita es El Vaticano, lo que tiene su lógica, porque el vino forma parte de la utilería necesaria en el trabajo de la mayoría de los habitantes del país. Se toma vino para decir misa. Se toma vino (un sorbito, eso sí) estando de servicio.

Si se han preguntado alguna vez qué vino toma el papa cuando, pongamos por caso, celebra la misa del gallo, tengo alguna pista. No sé qué vino toma el papa Francisco, no sé qué vino tomaba el anterior Papa, pero sé qué vino tomaba Juan Pablo II. Tomaba Viña Pedrosa, un excelente tinto de la Ribera del Duero, que elabora la bodega Pérez Pascuas, en Pedrosa del Duero, y que pueden encontrar en la tienda por menos de 18 euros. Lo sé porque admiro la bodega y fui a visitarla. Vi las cartas con los pedidos del Vaticano. Los hermanos me abrieron distintas botellas, entre las cuales estaba el Pérez Pascuas (que guardo, vacía), y que procede de los viñedos de más de setenta años que estuve mirando mientras bebía. Pude entender lo que sentía Juan Pablo II cuando daba ese sorbito. Placer.

El papa Francisco es un papa que de verdad quiere hacer voto de pobreza y, por lo tanto, no me extrañaría (lo digo totalmente en serio) que haya decidido, por coherencia, tomar vino de tetrabric. Pero que Juan Pablo II tomara viña Pedrosa en un cáliz no transparente es algo que me cuesta entender. Yo de él habría hablado con la empresa Riedel para que me fabricara uno. Y me cuesta entender que ni una sola vez se le escapara el gesto casi automático que hacemos cuando probamos vino. Centrifugar el cáliz para airear y oler. Luego, catar. Pasarse el vino de un lado a otro de la copa. Y al final, con un gesto de satisfacción, decir: “Excelente”. Y llenarse la copa.

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