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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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La espía que regresa

Siempre hemos permanecido fieles a la condesa de Romanones, desde que vimos aquella portada del '¡Hola!' junto a la duquesa de Alba y la entonces duquesa de Feria, Naty Abascal ¡Tres bellezas desafiantes, con los cardados más verticales y las permanentes más sólidas de la historia de la peluquería española! Un auténtico monte Rushmore de papel cuché.

Boris Izaguirre
Aline Grifith.
Aline Grifith.CARLOS ÁLVAREZ

Qué duda cabe de que el sobresalto de la semana ha sido el atraco en la residencia de Aline Griffith, conocida como “la espía que vestía de rojo” (titulo de su best seller libremente inspirado en su vida como agente de la CIA) y también por su magnifico título nobiliario, condesa de Romanones. Unos ladrones “muy educados”, según la propia víctima, entraron en su elegante domicilio madrileño y, aunque la maniataron, no pudieron llevarse joyas ni mucho dinero. Aline es americana y está instruida en que en casa no se guarda dinero en efectivo ni joyas apabullantes. Los periodistas le preguntaron si había pasado miedo. “Después de trabajar 35 años para la CIA, estoy más que preparada para enfrentarme a situaciones de alto riesgo”, disparó Aline. ¿OK?

Siempre hemos permanecido fieles a esta señora desde que vimos aquella histórica portada del ¡Hola! en la que posa junto a la duquesa de Alba y la entonces duquesa de Feria, Naty Abascal. ¡Tres bellezas desafiantes, con los cardados más verticales y las permanentes más sólidas de la historia de la peluquería española! Un auténtico monte Rushmore de papel cuché. Cuando sus libros reventaron las listas de los más vendidos, empezó a cardarse el género de novela de espías con protagonista sencilla que, sin embargo, se convierte en una agente estupenda. Haciendo, así, de la condesa de Romanones la madre literaria de Sira Quiroga, la atrevida heroína de El tiempo entre costuras. La autora juraba que sus historias eran autobiográficas. Mucha gente disfrutó desmontando esa versión, pero sus libros continuaron vendiéndose en los aeropuertos. Ahora, en nuevos tiempos salpicados de ladrones digitales y desmemoria, Griffith reaparece con un robo clásico: ladrones encapuchados, aristócrata con el servicio de hogar disfrutando de su tiempo libre, casoplón en zona exclusiva y que, con final feliz, nos deja una lección: aunque el glamour es nostálgico y añoramos damas verdaderas, tranquiliza saber que aún existen amigos de lo ajeno que no son del tipo imputado común y corriente.

La condesa no ha perdido su mirada telescópica y ha sabido, con elegancia europea y precisión americana, apuntar las claves que deben resolver este caso. Aline ha matizado que los asaltantes eran españoles, de casi cuarenta años, “con un trato educado, casi cortés. Y casados”. Pero ¿casados entre ellos? Evitaron la complicación de llevarse cuadros porque, como tantos empresarios emprendedores, buscaban cash. Por eso, en un momento dado, la exagente ofreció extenderles un cheque, quizá como maniobra de distracción; y los encapuchados declinaron con la excusa de que era weekend. Romanones podría retomar su vena literaria, ya que ser espía vuelve a estar muy de moda, como la guerra fría y la tensa relación Rusia-EE UU en el reparto de Europa. Este episodio revitaliza a Griffith, acercándola al mismo plano mediático de Edward Snowden. Ambos han sido figuras clave en la historia de la CIA, aunque representen dos momentos diferentes, dos formas distintas de proceder y arreglarse.

Aline debería recuperar su rol de espía y averiguar cómo se presupuestan los elevados salarios de los europarlamentarios. Hemos sabido que pueden ganar más de 6.000 euros mensuales, disponer de 20.000 para establecer sus oficinas y 300 de dietas por cada día de sesión. Con esas y otras prebendas es difícil ver al Europarlamento como un cementerio de elefantes. Más bien es un sitio perfecto para hacerse un buen dinero sin asaltos ni futuras imputaciones. Tanto alboroto y polémica sobre las listas se entiende mejor cuando sabes que se trata de un sistema para enriquecer a unos cuantos, bajo el paraguas de lo que hacen por nosotros.

Aline debería recuperar su rol de espía y averiguar cómo se presupuestan los elevados salarios de los europaramentarios

Otra importante pesquisa para cualquier agente es de quién y qué tipo de presiones reciben los chóferes de los altos cargos que se han manifestado recientemente como un colectivo atemorizado, incluso humillado. Sus clientes, altos cargos públicos, exigen que superen límites de velocidad, les explotan haciéndoles esperar fuera de restaurantes y tiendas. Aline tiene un novelón esperando ser escrito por sus enjoyadas manos y brillante cabeza.

También podríamos enviar a la condesa de Romanones a las conferencias que el dictador guineano Obiang impartirá tanto en la Universidad de Educación a Distancia (UNED) como en el Instituto Cervantes. Fuentes de la Universidad han querido aclarar que es un centro autónomo e invita a quien le parece. Recordemos que Gaddafi financiaba una cátedra en la London School of Economics. Obiang y su hijo son objeto de una investigación policial en Francia, y esa Eurocámara de sueldos dadivosos ha manifestado “preocupación por la falta de respeto al Estado de derecho en Guinea”. Aline, también preocupada, debería camuflarse entre el público de esa conferencia del dictador en el Instituto Cervantes de Bruselas, que versará sobre El español en África (queda claro que si le agregas la palabra “español” a algo, el Cervantes te abre las puertas sin mayor esfuerzo). Pero allí el peligro para Romanones sería que el dictador guineano la reconociera: una de sus aficiones reconocidas, aparte de la de enriquecerse a costa de su pueblo, es el estudio exhaustivo del ¡Hola!

Para ver cumplida esta misión, Romanones tiene que intervenir, hablar con padre e hijo Obiang como una experimentada espía sabe hacerlo y reconvertir a los empedernidos delincuentes en una nueva baza para la Agencia Americana de Inteligencia.

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