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Homo shopping

Pete Townshend, de compras en 1966. Fotografía perteneciente a la exposición 'Fifty Years of The Who by Colin Jones'. Hasta el 23 de marzo en la londinense Proud Camden Gallery (www.proud.co.uk)
Pete Townshend, de compras en 1966. Fotografía perteneciente a la exposición 'Fifty Years of The Who by Colin Jones'. Hasta el 23 de marzo en la londinense Proud Camden Gallery (www.proud.co.uk)Colin Jones

En una revista como esta caben hombres que confiesan sin sonrojo: “Ni elijo mi propia ropa. Quiero decir, que son asuntos que no están en mi mundo”, como Johan Cruyff. O que aseguran no mirarse al espejo antes de salir de casa, como Eduardo Mendoza, a una página de aquí. “Hace años que no me compro ropa”, le confesaba el escritor a Carles Francino en La ventana cuando se lanzó ICON. No sé si usted siente cierta desavenencia ante su postura, o al contrario, si es de los que cree que en realidad las mujeres desconfían de los heterosexuales que se postran en los templos del shopping como ante un altar.

¿Qué pensar, qué decir acerca de aquellos que hacen gala de esa humildad estética y delegan en otros, sean madres, esposas, hijas o asistentes personales, para que les repongan el vestuario? Usted, por ejemplo, es un director comercial, y a ella solo le encarga la ropa interior en packs. O pongamos que es controlador aéreo y elige personalmente las camisas, conoce perfectamente su talla y destaca por el buen gusto de sus corbatas, que suele mostrar satisfecho a su mujer y a su suegra. Siempre ha despreciado las etiquetas, que si los acicalados metrosexuales, o los velludos megasexuales, y desdeña tanto exhibicionismo en un mercado insólito en el que hasta Cristiano Ronaldo diseña calzoncillos. ¿Recuerda a Cesc Fàbregas con su bebé sobre su depilada tableta de chocolate? ¿O a toreros de moda, como José María Manzanares, mostrando su piel aterciopelada? ¿O a Brad Pitt con la camisa desabrochada recitando un poema de amor para vender Chanel número 5, pour femme? La masculinidad hace tiempo que recuperó la llave de un lánguido desaliño, en el que la coquetería, al igual que el vigor, debe ser dosificada.

Un mandato –silencioso, pero efectivo– obliga a tener estilo, eso sí, sin esfuerzo. Como un buen constipado. En los manuales del dandismo siempre se recomendó no lucir nunca zapatos nuevos en público y arriesgar silenciosamente, además de procurar el punto medio entre misterio y cercanía. Llevar cualquier cosa de más, o de menos, suele indicar desesperación. Y puede que esta sea la razón de que los hombres sean tan fieles a los mismos productos. Brand guys (Tíos de marca) se titula el libro de Bill Vernick y Claire Farber, dos especialistas en marketing que analizan diez marcas asociadas a los estereotipos de la masculinidad contemporánea. Juguemos: ¿es usted hombre Mac o Nike, Listerine o Abercrombie, Comedy Central o Bimmer…? ¿No se produciría rechazo? Los autores aseguran que esa identificación con una firma ofrece ventajas a las mujeres: “La clasificación de estos tipos, que tan a gusto se sienten con los valores de su marca que les define, puede ayudar a las mujeres a decidir si un tipo es el adecuado para ellas” . Deberían clasificar urgentemente este libro como sexista. ¡Cómo osan tratarle a usted de objeto, reducirle a una etiqueta! Aunque, preguntémonos cordialmente por qué, en el fondo, le agrada tanto aceptar que desde hace veinte años le es fiel a algo.

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