Los ‘e-books’ y la piratería
El señor Javier Marías tiene la estadística y quizá tenga razón, pero el libro electrónico en mi entorno no funciona como él lo cuenta en su columna Las bandas de la banda ancha (22-12-2013). Para los lectores que conozco, el e-book tiene dos funciones básicas: la criba y el transporte público. Ni mis conocidos ni yo misma hemos dejado de comprar libros físicos. Adquirimos menos porque tenemos menos presupuesto, intercambiamos más y tiramos más de las bibliotecas públicas, pero todos seguimos yendo a las librerías. Eso sí, compramos mejor porque cuando lo hacemos sabemos perfectamente lo que estamos comprando. ¿Pirateamos? Sí, pero no. ¿Qué descargamos? Principalmente cosas por las que sentimos curiosidad, pero que jamás compraríamos con conocimiento de causa o piezas descatalogadas y difíciles de encontrar (por más que lo he buscado, no encuentro en papel Los hombres lloran solos de Gironella o la colección de Harry Flashman, que mi padre me deja leer pero no sacar de su casa). ¿Estamos robando? No, o por lo menos no a medio plazo. De Javier Marías pirateé en su momento Los enamoramientos. Alguien me lo recomendó cuando yo no tenía mucho presupuesto. Lo compré unos meses después en la Feria del Libro y, en la medida de mis posibilidades, iré haciéndome con otros títulos suyos. Honestamente no creo que le esté robando. Como mucho, le estoy estoy escatimando los intereses de un préstamo a medio plazo. Y aunque es otro tema distinto y no viene a cuento, lo que sí que me parece un robo manifiesto, son los 8 euros por alquilar un libro electrónico, que no constituye patrimonio. No estará en su momento al alcance de mis hijos como estuvo y está la biblioteca de mi padre a mi disposición. Legalmente no podré dejarles esas obras en herencia, aunque en teoría las haya comprado.
