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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El intérprete de signos

Es probable que todo se haya ido al garete, porque España ha dispuesto, en sus diversas instancias, un falso intérprete de signos

Juan Cruz

Vivimos en un endiablado cuento, de hadas, de brujas, de malos, de buenos, que a veces termina mal. Lo avisó Jaime Gil de Biedma: esta historia nuestra vive al borde del abismo, siempre hay una piedra más grande que la razón, y cuando la piedra rueda, la razón se resquebraja, todo el mundo empieza a hablar, a gritarse, y entonces aparece la palabra más triste de todas, la que tiene la traducción más universal y muda: odio.

Odio, venganza. Perdón, por ejemplo, se dice así, en su esencia semántica, en algunos idiomas. Per-donar, For-give, Par-donner . Se dice y se ve: cuando alguien perdona, dentro se remueve una fibra especial, inolvidable. El perdón va por dentro. El odio, sin embargo, se ve en la cara, y en el gesto. El odio. No hace falta traducirlo. Recuerden aquella película de odio (La noche del cazador) en la que Robert Mitchum llevaba tatuado en los dedos los cuatro signos de la palabra en inglés: HATE.

Es probable que todo se haya ido, se esté yendo, al garete, porque España ha dispuesto, en sus más diversas instancias, un falso intérprete de signos, como aquel que deslució hasta el infinito lo que los líderes mundiales, de Obama a Castro, dijeron de Mandela en Sudáfrica. El hombre, orondo como un impostor de parranda, veía circular signos y hacía con las manos todo lo que podía para contar algo que no se estaba diciendo. Ahora trato de imaginarme la fangosa realidad española en manos de ese intérprete malévolo y veo por todas partes a ese farsante ordinario cambiando de sitio argumentos y razones, hasta convertir el guirigay en una suerte de parranda sin fin ni sentido.

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Haría falta un nuevo, un honesto, intérprete de signos para desmontar los cuentos de hadas y los mitos, y para que los que se oponen a los cuentos de hadas y a los mitos dejen de pensar que todo se arregla si viene el fiscal en su auxilio. Me refiero, por ejemplo, al ahora famoso Simposi. Parece que desde el título, España contra Catalunya, fue diseñado por un intérprete de signos que quiere ahondar, dándole las gracias a Homs y a la Generalitat, en una historia que tal como se enuncia está mal contada. Los que han sacado el trabuco fiscal están igualmente sirviéndole a la sociedad un material tan trucado como el que utiliza el intérprete de signos de los historiadores. El fiscal, qué tendrá que ver el fiscal.

Todo está confuso, todo es irreal, una historia contada para hacer más felices a los que ya son felices con el cuento que escuchan en casa; tienen que poner el cuento a pasear, buscar un buen intérprete de sus signos. No precipitar la interpretación de la historia, y tampoco llegar a la satisfacción de creer cumplidos ya sus deseos. Leí a Santos Juliá (Pueblo y nación. Homenaje a Álvarez Junco. Taurus, 2013): “Los mitos que hablan de muerte y resurrección, que narran los orígenes y dan sentido al presente, se fijan de una vez para siempre por la palabra y por el rito, sin dejar a quien los recita o celebra ningún resquicio que le permita alterar ninguno de sus elementos”. Decía León Felipe que nos dormían (entonces) con cuentos. Se corre el riesgo de que los que fabrican historia sustituyan esta por cuentos para que duerma mejor el sueño del mito. Cuidado. Deben buscar, debemos buscar, un buen intérprete de signos. El falso debería tener los días contados.

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