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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nairobi está cerca

El atentado en Kenia pretende dar la mayor dimensión internacional al terrorismo yihadista

El atentado contra el centro comercial Wetsgate de Nairobi, que se ha saldado con al menos 69 personas muertas, vuelve a situar en el escenario internacional una realidad que no se puede minimizar: la actividad terrorista de Al Qaeda y sus grupos afines. Puede ser irregular y dispersa, pero sigue ahí, y se rige por un patrón no por repetido menos eficaz para sus objetivos: minuciosa planificación, vocación suicida y búsqueda del máximo impacto posible.

Las escenas de la matanza contribuyen a la socialización del terror, que es el objetivo de este tipo de acciones. Perpetrado por Al Shabab, brazo juvenil armado heredero de los Tribunales Islámicos de Somalia, el atentado supone un intento de desestabilizar la región y tratar de disuadir a los países que intervienen en la misión de la Unión Africana contra las milicias yihadistas en aquel país.

Los Tribunales Islámicos llegaron a controlar tres cuartas partes de Somalia. Expulsados de Mogadiscio en 2007 y obligados a replegarse, tratan ahora de golpear a través de Al Shabab. El atentado de julio de 2010 en Kampala, en el que murieron 76 personas, pretendió obligar a Uganda a retirar sus soldados de Somalia y ahora es Kenia la víctima de esa estrategia. Desde que en 2011 decidió ocupar militarmente una franja de 100 kilómetros del país vecino para proteger con un cordón sanitario su industria turística y el transporte marítimo, el país se convirtió en objetivo preferente de Al Shabab. Solo en 2012, más de 50 personas murieron en Nairobi, Mombasa y Garissa, las tres principales ciudades del país, por acciones de este grupo, que ha decidido incluir también a los voluntarios de las ONG entre sus objetivos. El hecho de que en el comando de Nairobi haya personas de varios países occidentales y que el objetivo haya sido un gran centro comercial, con víctimas también extranjeras, muestran la voluntad de lograr la mayor dimensión internacional.

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El atentado no puede interpretarse como la demostración de que la hidra regenera sus cabezas sin importar los esfuerzos que se hagan para destruirla; la conclusión no puede ser tampoco que la ayuda a los países que se encuentran bajo el yugo de grupos fundamentalistas tiene estas consecuencias indirectas. Al contrario. Lo ocurrido obliga a no bajar la guardia y a reforzar las medidas para combatirlos, porque Nairobi —como Nueva York en 2001, Madrid en 2004 y Londres en 2005— está cerca de todo y de todos

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