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ESCALERA INTERIOR
Columna
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Al otro lado de la pared

Almudena Grandes
Mariano Eliano

La primera vez que lo escuchó, no reconoció el eco del llanto.

El apartamento era pequeño, feo y sofocante. Con vistas a un mar muy, muy lejano, parecía mentira que todo en él, paredes, visillos, sábanas, muebles provenzales de oferta –, rezumara tanta humedad. Lo primero que vio al entrar fue un espantoso payaso de cristal de colores sobre una repisa, y un triángulo de agujeros de cigarrillo estampando un ominoso tejido de color teja, pero no dijo nada. Su amiga Marita, tan animosa y eficiente como siempre, abrió las cortinas de par en par, metió el payaso en un cajón, se acercó a ella, le pasó un brazo por los hombros, los estrechó y le hizo una pregunta. ¿Mejor? Ella asintió con la cabeza y sonrió.

Marita, su mejor amiga desde la Facultad, no tenía la culpa de que su vida fuera un desastre. Marita también se había casado mal, también se había separado, también tenía dos hijos que estaban pasando la segunda quincena de agosto con su padre, pero no se quejaba. A Marita había dejado de gustarle su marido mucho antes de que él decidiera que le gustaba otra, y aunque también era abogada, no le había pillado en su despacho con su entrenadora personal, los dos desnudos sobre la alfombra, una mañana en la que se anuló un juicio y volvió enseguida de los juzgados. Lo peor de todo era la entrenadora en sí, treinta años, cuerpo escultural, melena rubia… ¿Y qué? Marita la interrumpió antes de darle la oportunidad de añadir que ni siquiera se había operado de nada. ¿Y qué?, él se lo pierde. Ya, pensó ella, es tan fácil decir eso… Mira, lo que vamos a hacer tú y yo es irnos juntas a la playa, ¿qué te parece?, a no hacer nada, sólo comer, emborracharnos, ligar con hombres fascinantes… Así habían ido a parar a aquel apartamento infernal que por la noche, cuando volvieron del pueblo sin ningún hombre fascinante, pero con varias copas de más, no le pareció tan mal. Y sin embargo, le costó dormir. Sólo habían pasado tres meses desde que su marido dormía con su entrenadora, y meterse en la cama sola seguía siendo un suplicio para ella.

Por eso lo escuchó, un ruido sordo al principio, como un ronroneo grave y rítmico que ascendía de pronto para hacerse casi estruendoso, más agudo, y caer de nuevo en una sofocada sordina. Tardó algún tiempo en identificarlo, un perro, pensó, o un niño, pero no, porque conocía bien el llanto de los niños. Por la mañana le preguntó a Marita, pero ella había dormido como un tronco, le dijo, y no había oído nada. Durante el día, playa, chiringuito, sardinas a la plancha, mojitos, y más playa, más chiringuito, más mojitos; se le olvidó, pero por la noche volvió a escucharlo y comprendió lo que ocurría al otro lado de la pared.

Aquel llanto tenaz y desconsolado provenía del cuerpo y del espíritu de un hombre solo

Desde entonces dedicó más atención a eso que a su propio programa de diversiones. Aquel llanto tenaz y desconsolado provenía del cuerpo y del espíritu de un hombre solo, al borde de los cincuenta, cabeza rapada para disimular la calvicie, barriga apenas prominente gracias a las largas carreras que, mañana y tarde, le devolvían a su apartamento empapado en sudor, piernas flacas, ni guapo ni feo, pero muy triste. Éste ha pillado a su mujer con su entrenador personal, pensó ella, y acertó. El apartamento de su vecino era de tres dormitorios, pero sólo uno tenía la ventana abierta. ¿Y Borja y Pablo?, un día le encontró en el portal, hablando con unos niños, ¿cuándo vienen? No, contestó él en un susurro, este año no van a venir… Cuando coincidieron en el supermercado, le vio escoger una caja de seis cartones de leche entera. La puso en su carrito, la miró con extrañeza, la sacó de allí, la devolvió a su lugar y cogió un solo cartón de leche con omega 3. Así que encima tiene el colesterol alto, pensó ella, el pobre, y sintió una misteriosa oleada de ternura hacia aquel desconocido.

No estarás pensando en liarte con él, ¿verdad?, le preguntó Marita, aunque a lo mejor, se corrigió sobre la marcha, tampoco sería mala idea… Que no, replicó ella, que no es eso. No era eso, y sin embargo, el desconsuelo del hombre que dormía al otro lado de la pared le hizo compañía incluso cuando dejó de llorar y los sonidos de un insomnio más pacífico, el repiqueteo del interruptor, los quejidos del somier, los paseos entre la cama y el baño, la arrullaron cada noche como una canción de cuna.

Nunca supo cómo se llamaba. Cuando agosto llegó a su fin, los dos se sonrieron en la escalera y cada uno siguió su camino, pero ella volvió a Madrid de mucho mejor humor.

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Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

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