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Tribuna
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Los Balcanes y el futuro de Europa

Solo la integración en la UE permitirá superar las divisiones que aún subsisten

En estos días en los que se ha hecho realidad la entrada de Croacia en la Unión Europea, oímos hablar constantemente de que la casa europea está “llena” y no es deseable que haya más miembros. Sin duda, es tentador mantener a los demás países balcánicos al margen de Europa. ¿Pero es realista pensar que Europa puede prosperar mientras tenga el punto débil de una región en la que el narcotráfico, el tráfico de personas y el blanqueo de dinero campan por sus respetos, y que es la encrucijada en la que se encuentran tres poderosas fuerzas geopolíticas (Occidente, islam y Rusia)?

Las semillas de conflicto en los Balcanes no quedarán erradicadas hasta que la región, como los países del sur de Europa en los años ochenta y los del este en la primera década de este siglo, esté segura y afianzada dentro de la Unión Europea.

En una época en la que los europeos de la UE se enfrentan a numerosas preocupaciones, la adhesión de Croacia —igual que la reciente adopción del euro por parte de Estonia— permite unos instantes de optimismo. Son hechos que resaltan el duradero y extraordinario atractivo de la Unión Europea y su inmenso éxito histórico. Por otra parte, no podemos olvidar que se acerca uno de los aniversarios más tristes del mundo, el del comienzo de la I Guerra Mundial, que se inició el 28 de junio de 1914 con el asesinato cometido en Sarajevo.

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Un siglo después, la incorporación de Croacia a la UE, el 1 de julio de 2013, devuelve las fronteras de Europa más o menos a las que eran en 1914. El aniversario nos recuerda además la incapacidad de Europa de cerrar por completo las heridas de un conflicto que la dejó en ruinas, con millones de muertos, y condujo directamente a la revolución bolchevique y la II Guerra Mundial.

Hay razones tanto
de seguridad como económicas para
integrar a esta región

La región que en la jerga europea actual se denomina los Balcanes occidentales está hoy tan dividida como en 1914. En los últimos 10 años, ha gozado de relativa tranquilidad, hasta tal punto que ha dejado de ser objeto de la atención pública y, por lo que parece, del interés de los europeos corrientes. Han dejado de interesar incluso a los funcionarios de la Comisión Europea cuyo trabajo es continuar, aunque sea a regañadientes, las negociaciones de adhesión o de partenariado con los seis países de la región: Albania, Bosnia, Kosovo, Macedonia, Montenegro y Serbia. Estos tres últimos son “candidatos” oficiales, pero sus negociaciones, o bien no han comenzado, o están prácticamente paralizadas.

Lo preocupante es que ninguno de los seis países ha resuelto sus problemas de fronteras, relaciones étnicas y corrupción. Aunque el peligro de conflicto violento se ha alejado y no parece probable que vaya a haber ningún otro estallido a corto plazo, los problemas solo se han aplazado.

El crecimiento económico experimentado por los Balcanes en el último decenio, con la excepción de Albania, ha sido muy débil. Los niveles de rentas de todos los países de la región siguen estando muy por debajo del promedio de la UE (inferiores a 10.000 dólares per cápita, frente a casi 30.000 dólares en la UE). Además, los niveles actuales de renta de muchos de esos países están por debajo de los máximos alcanzados en otras épocas: el PIB per cápita actual de Serbia es equivalente al de 1975, el de Macedonia no es superior al de 1979, y el de Bosnia no es más que un 20% más alto que en 1980.

Aunque la democracia, en el sentido de la existencia de libertad de prensa y unas elecciones en general limpias y libres, parece estar relativamente a salvo (pese a las periódicas disputas electorales como la que se ha visto hace poco en Montenegro), el avance del Estado de derecho ha sido mínimo. Esto nos lleva al dilema europeo en sentido más amplio: no me refiero al euro y la posible unión fiscal, bancaria y política. El futuro de Europa a largo plazo solo estará asegurado cuando los restantes países balcánicos se conviertan en miembros de la UE. Solo entonces será verdaderamente posible abordar las cuestiones fronterizas y los conflictos étnicos sin resolver.

Europa, que suele vacilar a la hora de involucrarse en la seguridad global,
debería responsabilizarse al menos de la situación en los Balcanes

Incorporarse a la UE será la única posibilidad que tendrá esta colección de países pequeños y a duras penas viables de tener un crecimiento económico más rápido y ponerse un día a la altura del resto de Europa. Eso será lo único capaz de ayudar a las poblaciones de estos países a superar siglos de intolerancia y estallidos violentos que llegaron a tener repercusiones mundiales.

Europa, que suele vacilar a la hora de involucrarse en la infraestructura global de seguridad, al menos debería responsabilizarse de la situación en los Balcanes. Aunque, por parte de la Europa “establecida”, eso requiera un acto de fe considerable, debería sentirse empujada a ello por sus propios intereses y sus nítidos recuerdos históricos. Hay razones tanto de seguridad como económicas para que la UE incluya a los Balcanes. Cuanto antes lo haga, más deprisa podrán acercarse los países balcánicos a los niveles europeos, en un proceso que comienza con el Estado de derecho y se extiende hasta el desarrollo económico.

Hasta aquí todo bien. El problema de esta ambiciosa teoría es que, en la práctica, nunca ha habido un momento tan poco propicio como este para pedir una nueva ampliación europea. Quizá Europa desea tratar a los Balcanes como trata Estados Unidos a Centroamérica: con indiferencia generalizada, un énfasis en la prohibición del narcotráfico y cierta tolerancia hacia una inmigración moderada. Pero la analogía no parece demasiado útil. La distancia geográfica y política entre Estados Unidos y Centroamérica es mucho mayor que entre Europa y los Balcanes. Y lo que está en juego políticamente también es muy distinto. Además, la política habitual de Estados Unidos respecto a sus vecinos del sur ha consistido en el olvido y el abandono, con buenas intenciones o no.

La promesa de la Unión Europea era diferente. Pero Europa, en estos momentos, estaría mal preparada, tal vez tan mal preparada como en 1991, para el estallido de otra guerra de Bosnia. Aunque cueste imaginarlo, todavía no podemos excluir del todo un conflicto entre Serbia y Kosovo ni una guerra civil en Macedonia. Por tanto, sería mucho más lógico que Europa adoptase una visión a más largo plazo y avanzara con energía hacia una rápida integración de los Balcanes occidentales. Después, en un plazo de 10 años, debería permitir un cambio geopolítico aún mayor, la adhesión de Turquía.

Sin embargo, aunque estos objetivos resultan muy deseables, no parece que vayan a ser posibles en el clima político europeo actual. Es más, no es una exageración decir que estos objetivos están más lejos que nunca de hacerse realidad.

Así, pues, recordemos esto: cuando los líderes europeos se reúnan dentro de un año en el puente de Sarajevo en el que el asesinato del Archiduque Franz Ferdinand, en 1914, desencadenó una dañina guerra mundial, estarán brindando por una Europa que, un siglo después, no está todavía entera.

Branko Milanovic es catedrático en la Escuela de Políticas Públicas de la Universidad de Maryland y colaborador de The Globalist, una revista digital de política internacional (www.theglobalist.com), en la que apareció este artículo por primera vez.

©The Globalist

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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