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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El grupo de los siete

El liderazgo chino se renueva con reformistas para garantizar la estabilidad del sistema

El Partido Comunista Chino ha designado a los hombres (no hay ninguna mujer) que dirigirán el país durante los próximos cinco años, en los que está previsto que adelante a EE UU en términos de PIB. No ha habido sorpresas. Xi Jinping es el nuevo secretario general del PCCh y en marzo se convertirá en presidente del país más poblado de la Tierra, y se prevé que Li Keqiang ascienda a primer ministro. Ellos dos, por edad, pueden aspirar a cumplir una década en sus cargos. No así los otros cinco del Comité Permanente del Politburó, que dentro de un lustro habrán cumplido 68 años, lo que les impedirá ser reelegidos. El grupo de los siete, que ayer, en un cuidado y estudiado orden, se presentó en el Gran Palacio del Pueblo, tendrá que ser renovado. Tienen fecha de caducidad.

El relevo marca la llegada al poder de la llamada quinta generación desde la revolución de Mao. La renovación es un proceso complejo en el que parece haber predominado el consenso. Todos son reformistas; de hecho, el sistema tiene que ir más deprisa que una realidad económica y social que cambia casi día a día en China. Xi y este equipo —que gobernará realmente de forma colegiada primando la estabilidad— tendrán que hacer frente a los nuevos retos de una economía que presenta síntomas de agotamiento. Deberían dinamizar las pymes, pero no lo harán a costa de un sistema de empresa pública que marca el capitalismo de Estado chino dirigido por el mayor partido comunista que haya existido nunca.

Desde la retaguardia, el anciano Jiang Zemin ha seguido moviendo bastantes hilos: Xi era su protegido. El que pierde de verdad es el saliente Hu Jintao, que no conservará siquiera la poderosa presidencia de la Comisión Militar Central, asumida también por Xi. Su gestión, pese al mayor crecimiento económico vivido nunca por China, ha sido cuestionada por no lograr embridar la creciente desigualdad social, el deterioro medioambiental y la corrupción. Xi dijo ayer que se centrará en la lucha contra la corrupción y los sobornos, en acercar el partido a los ciudadanos y en reducir las trabas burocráticas, pero a la vez insistió en mantener la “disciplina de partido”. Es evidente que el sistema rehúye las aventuras. Otras líneas de reforma política, si las hay, quedan en el sanedrín de una China que de momento no se democratiza, pese a algunas presiones en ese sentido.

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