_
_
_
_
_
LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Diez razones para creer en Europa

Aunque para la UE nunca antes la situación fue tan grave, la crisis griega puede obligar a que Europa avance hacia una mayor integración, con o sin Grecia. Hay muchos motivos para confiar y, además, no hay alternativa

RAQUEL MARÍN

Muchos creen en la actualidad que el euro no sobrevivirá al impacto de una clase política que ha fracasado en Grecia o frente a los crecientes niveles de desempleo en España: solo hay que esperar unos meses más, dicen, el colapso inexorable de la Unión Europea ha comenzado.

A menudo, se comprueba que las profecías sombrías son incorrectas, pero también pueden convertirse en profecías que se cumplen. Seamos sinceros: hoy en día, en un mundo donde en los medios de comunicación “una noticia que es buena, no es noticia”, jugar a ser la profetisa griega Cassandra no solo es tentador, sino que en realidad parece estar más justificado que nunca. Para la UE, nunca antes la situación fue tan grave.

En este momento crítico es esencial volver a inyectar esperanza y, sobre todo, sentido común en la ecuación. Por estas razones, aquí presento diez buenas razones para creer en Europa. Son diez argumentos racionales para convencer, tanto a los analistas más pesimistas como a los inversores más preocupados, de que es muy prematuro enterrar, sin más ni más, al euro y a la UE.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

La primera razón para tener esperanza es que el arte de gobernar de los estadistas está regresando a Europa, aunque sea en dosis homeopáticas. Es demasiado pronto para predecir el impacto que tendrá la elección de François Hollande como presidente de Francia. Pero en Italia Mario Monti ya está marcando la diferencia.

La democracia sigue siendo un muro de estabilidad frente a incertidumbres tanto económicas como de otra índole

Por supuesto, nadie eligió a Monti, y su posición es frágil y controvertida, pero existe una relación positiva, casi consensual, que le ha permitido poner en marcha las muy atrasadas reformas estructurales. Es demasiado pronto para decir cuánto tiempo durará este consenso, y qué cambios traerá consigo. No obstante, Italia, un país que bajo el mandato arrogante de Silvio Berlusconi fue una fuente de desesperanza, se ha convertido en una fuente de verdadero, aunque frágil, optimismo.

Una segunda razón para creer en Europa es que junto al arte de gobernar de los estadistas viene el progreso en el ámbito de la gestión pública. Ambos, Monti y Hollande, han nombrado a mujeres en posiciones ministeriales clave. Debido a que fueron marginadas por tanto tiempo, las mujeres traen consigo un apetito de éxito que beneficiará a Europa.

El multiculturalismo es más una fuente de fortaleza que de debilidad

En tercer lugar, la opinión pública europea, por fin, ha comprendido plenamente la gravedad de la crisis. Nada puede estar más alejado de la verdad que la afirmación de que Europa y los europeos, con la posible excepción de los griegos, se encuentran en una posición de negación de la realidad. Sin la lucidez que nace de la desesperanza, Monti nunca hubiese llegado al poder en Italia.

Tampoco en Francia los ciudadanos se hacen ilusiones. Su voto a favor de Hollande fue un voto en contra de Sarkozy, no en contra de la austeridad. Ellos están convencidos, según muestran las recientes encuestas de opinión pública, de que su nuevo presidente no podrá a mantener algunas de sus “promesas insostenibles”, y parece que lo aceptan como algo inevitable.

La cuarta razón para tener esperanza está vinculada a la creatividad europea. Europa no está condenada a ser un museo de su propio pasado. El turismo es importante, por supuesto, y desde ese punto de vista, la diversidad de Europa es una fuente de atracción única. Sin embargo, dicha diversidad es también una fuente de capacidad de invención. Al considerar los productos europeos, desde los automóviles alemanes hasta los productos de lujo franceses, se puede afirmar que no se debe subestimar la competitividad industrial europea.

Se logrará un cambio radical cuando Europa confíe verdaderamente en sí misma, como hace Alemania, y combine planes estratégicos de largo plazo con inversiones en Investigación y Desarrollo bien asignadas. En ciertos ámbitos clave, Europa posee una tradición de excelencia mundialmente reconocida que está vinculada a una cultura de calidad muy arraigada.

La quinta fuente de optimismo es algo paradójica. Los excesos nacionalistas tuvieron la tendencia de llevar a Europa a guerras catastróficas. Pero en la actualidad, el retorno del sentimiento nacionalista dentro de Europa crea un sentimiento de emulación y competencia, que es el mismo sentimiento que en el pasado resultó ser decisivo para el ascenso de Asia. Coreanos, taiwaneses y chinos querían lograr la misma prosperidad que había alcanzado Japón. De igual manera, pronto llegará el momento en el que los franceses quieran prosperar tanto como Alemania.

La sexta razón está vinculada a la propia naturaleza del sistema político de Europa. Se ha confirmado, a lo largo y ancho del continente, la veracidad del famoso adagio de Churchill que dice que la democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los demás  sistemas políticos. Más del 80% de los ciudadanos franceses votaron en la elección presidencial. Al mirar en sus televisores la solemne, digna, pacífica y transparente transmisión de poderes del presidente derrotado al presidente elegido, los franceses deben sentirse orgullosos de sí mismos y del privilegio de vivir en un Estado democrático. Los europeos pueden mostrarse confundidos, ineficientes y lentos en cuanto a la toma de decisiones; sin embargo, la democracia sigue siendo un muro de estabilidad frente a incertidumbres tanto económicas como de otra índole.

La séptima razón para creer en Europa está vinculada a la universalidad de su mensaje y de sus idiomas. Pocas personas sueñan con convertirse en ciudadanos chinos, o con aprender los distintos idiomas que se hablan en China, aparte del chino mandarín. Por el contrario, el inglés, el español, el francés, y de manera ascendente el alemán, ahora trascienden las fronteras nacionales.

Más allá de la universalidad, está el octavo factor que apoya la supervivencia de la UE: el multiculturalismo. El multiculturalismo es un modelo controvertido; sin embargo, es más una fuente de fortaleza que de debilidad. La fusión de culturas en el continente enriquece, no empobrece, a sus habitantes.

La novena razón de esperanza proviene de los nuevos y de los futuros miembros de la UE. Polonia, un país que pertenece a la Nueva Europa está devolviendo lo recibido a la UE, con la legitimidad que captó de Europa durante su transición post-comunista. Y el ingreso de Croacia, seguido por los de Montenegro y un puñado de países balcánicos, podría compensar la salida de Grecia (si se llegara a tal extremo en el caso de los griegos).

Por último, lo más importante: Europa y el mundo no tienen una mejor alternativa. La crisis griega puede obligar a que Europa avance en dirección a una mayor integración, ya sea con o sin Grecia. El filósofo alemán Jürgen Habermas habla de la “realidad transformadora”, que es una frase de construcción compleja que describe una realidad muy simple: si nos dividirnos, sucumbimos; y si nos unimos, siguiendo nuestra propia y compleja manera de unirnos, podemos esforzarnos para lograr la “grandeza”, en el mejor sentido de la palabra.

Los inversores, por supuesto, ven la manera de cubrir los riesgos que presentan sus inversiones. Después de sus incursiones con éxito en países emergentes no democráticos, cuya fragilidad comienza a ser motivo de temor, algunos de estos inversores, por prudencia, empiezan a redescubrir Europa. Se puede decir, muy probablemente, que dichos inversores son los que actúan con mayor sabiduría.

Dominique Moisi es el fundador del Instituto Francés para las Relaciones Internacionales (IFRI) y catedrático en el Instituto de Estudios Políticos, París. Es autor de Geopolitics of Emotion: (La geopolítica de las emociones).

© Project Syndicate, 2012. www.project-syndicate.org

Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_