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Las Vegas globaliza sus pecados

Son los artífices de la reconversión de la ciudad en una Disneylandia 'kitsch' para adultos Sheldon Adelson y Steve Wynn ya han extendido su célebre y agresiva rivalidad a China Con Eurovegas, Adelson pretende crear en España un mercado alejado de su némesis

Sheldon Adelson, consejero delegado de Las Vegas Sands, fotografiado en Macao, China, el pasado 11 de abril.
Sheldon Adelson, consejero delegado de Las Vegas Sands, fotografiado en Macao, China, el pasado 11 de abril. AARON TAM (AFP)

¿Las Vegas, ciudad del vicio? ¿Nevada, desierto donde conviven gánsteres, actores y coristas bajo la luz de los neones? ¿El Bulevar Sur, la avenida donde todo puede suceder y todo queda olvidado? Eso son historias de novela. La meca del juego, que lentamente intenta expandirse a Asia y Europa, es un mercado de grandes egos, forjado con compras millonarias a golpe de talonario, donde tiburones inmobiliarios han hecho fortunas con apuestas arriesgadísimas. Esos magnates han convertido una ciudad donde Frank Sinatra y Sammy Davis Jr. acudían a cantar y apostar, cuando se aburrían de Hollywood, en un frenesí de neones y cartón piedra, un parque temático del kitsch sin parangón en el mundo, un espejismo en medio del desierto.

No hay amigos que valgan en el mundo de los magnates de Las Vegas. Todos odian a todos. Nadie se fía de nadie. El objetivo es construir la exageración más grande, empequeñeciendo al competidor. Y en esa carrera desenfrenada, dos son los egos más desmedidos: los millonarios Sheldon Adelson y Steve Wynn. El primero, con una fortuna de 24.900 millones de dólares (cerca de 19.000 millones de euros), preside Las Vegas Sands, cuyo buque insignia es la marca The Venetian, con gigantescos casinos en Las Vegas y Macao. Wynn, por su parte, con 1.900 millones de euros, es el padre intelectual y estilístico de lo que hoy es Las Vegas, una ciudad donde el juego queda cada vez más relegado frente a las atracciones de una Disneylandia para adultos.

No hay amor entre ambos. En el pasado, Adelson ha tachado a Wynn de “mentiroso” y “egocéntrico”. Wynn se ha referido a Adelson como alguien “con un claro complejo de inferioridad”. Los dos han litigado sobre lo divino y lo mundano, incluso por el número de plazas de garaje que debían ofrecer sus casinos. Adelson se llegó a quejar del ruido que emanaba del volcán artificial que hay a las puertas del Mirage, uno de los hoteles ideados por Wynn. Los dos llegaron a lo que ahora es el Bulevar Sur, la gran avenida central, a finales de los ochenta, cuando Las Vegas decaía y corría el riesgo de convertirse en un cúmulo de tugurios de baja estofa.

Primero llegó Wynn. Pocos dudan de que Las Vegas es lo que es hoy gracias a los sueños de gloria de ese magnate de 70 años. Hijo del dueño de un bingo de Washington, fue aceptado en Yale para estudiar Derecho, pero renunció y prefirió heredar el negocio familiar cuando falleció su progenitor. En 1967 se mudó con su familia a Las Vegas, según dijo en una comparecencia ante la Comisión de Control de Casinos de Nueva Jersey en 1981, porque Frank Sinatra le invitó a una actuación en el casino Sands (una anécdota que muchos ponen en duda). Wynn y su mujer soñaban con dejar atrás los bingos y meterse de lleno en negocios más sofisticados. Al comprar el Golden Nugget a la edad de 30 años, se convirtió en el norteamericano más joven en regentar un casino. Su primera medida: crear un lujoso lounge donde los huéspedes pudieran ver a estrellas actuar de cerca. Por allí pasaron Dolly Parton, Paul Anka y Willie Nelson, entre otros. Pero aquel casino de modestas dimensiones no era suficiente para contener sus sueños de grandeza. Wynn aspiraba a mucho más.

Casada con Sheldon Adelson

Sheldon Adelson no es el típico millonario que se ha casado con una mujer florero. Su segunda esposa, Miriam, judía como él, es una doctora de 66 años, nacida en Israel, cuyos padres huyeron de Polonia antes del Holocausto. Estos acabaron en Haifa, donde se dedicaron al negocio de las salas de cine. Miriam se licenció en Microbiología y Genética por la Universidad Hebrea de Jerusalén. Sirvió dos años en el Ejército israelí antes de doctorarse, finalmente, por la Universidad de Tel Aviv. Acudió a Estados Unidos en los años ochenta para estudiar adicciones a sustancias químicas en la Universidad de Rockefeller en Nueva York. Una amiga le organizó una cita a ciegas en 1991 con el divorciado Adelson. Fue, según dicen ambos, amor a primera vista. “Él dice de mí que soy un ángel, y yo le digo que es el viento entre mis alas”, dijo en una reciente entrevista con ‘Fortune’. En 2000, ambos abrieron un centro de investigación de adicciones en Las Vegas, un lugar donde las drogas, precisamente, abundan. A pesar de la fortuna familiar, Miriam se pone la bata cada día y va a trabajar en sus proyectos científicos. “El dinero no es lo más importante en la vida”, ha dicho ella. Cómo no iba a decir eso alguien con 19.000 millones de euros en el banco.

A finales de los ochenta compró un tugurio, el Castaways, sobre el que ideó el no va más de los casinos: la idea era recrear la Polinesia francesa en medio del desierto, construir arroyos con delfines, erigir tres torres con cristales bañados en oro, dotarlo del máximo lujo posible y, por si fuera poco, construir a las puertas un volcán que escupiera fuego al ritmo de música tribal. Así nació el Mirage, que en inglés significa espejismo.

Las cifras, por aquella época, daban escalofríos: 6.400 empleados, 3.049 habitaciones de hotel, 2.300 máquinas tragaperras, 600 millones de dólares en facturas. “Hoy la fantasía de verdad se convierte en realidad”, dijo entonces, hablando en un plural mayestático digno de un papa. “Este es un voto de confianza en Nevada y en Las Vegas por parte de gente como nosotros, que cree que estas inversiones darán seguridad durante muchos años en el futuro”, añadió.

El entonces gobernador de Nevada, Bob Miller, estaba en éxtasis. Las Vegas renacía, convertida en una tierra prometida de lujo y pretendida distinción. “Wynn es un fenómeno humano que crea ilusiones y empleos y turismo y desarrollo económico y éxito en todo lo que hace”, dijo entonces. “Esto ahora es como Disneylandia”. Era el inicio de la gran historia de amor de los políticos de Nevada con los magnates inmobiliarios. Al otro lado de la calle, otro tiburón les observaba con atención, aguardando el momento para dar el siguiente paso.

Sheldon Adelson nació en Boston en 1933, hijo de un taxista lituano de modestos recursos. A la tierna edad de 12 años ya era dueño de un quiosco. Con las ventas creó un pequeño imperio de máquinas de caramelos. Encadenando empleo con empleo, vendió artículos de baño a hoteles y organizó giras turísticas. Como Wynn, renunció a la universidad –en su caso, el City College de Nueva York– para avanzar en sus negocios. Y en 1979 se hizo al Oeste. Aquel año organizó en Las Vegas Comdex, una feria de muestras tecnológica que triunfó en los ochenta y los noventa, atrayendo hasta 200.000 visitantes.

Fue precisamente su éxito en este sector lo que llevó a Adelson a soñar con una idea que cambiaría aún más la faz de Las Vegas: casinos gigantescos, diseñados para albergar simposios y congresos. Le rondó durante años la idea de abrir una gran superficie para encuentros como Comdex. Así que en 1988 compró el casino Sands, donde habían cantando Sinatra y el Rat Pack. Se hallaba precisamente al otro lado de la acera del Mirage. Allí construyó primero un recinto de congresos provisional. Una década después empequeñeció todos los proyectos de Wynn, haciendo estallar el Sands y abriendo un casino titánico.

Cuando explotó el Sands, que había albergado el mítico escenario del Copa Room, murió en cierto modo un poco del alma del auténtico Las Vegas, el de Bugsy Siegel y el Flamingo, el cementerio de elefantes donde fueron a morir desde Elvis Presley hasta Marlene Die­trich. “Es una pena verlo desaparecer, pero… ¡la vida sigue!”, dijo Adelson, mientras contemplaba las explosiones como un verdadero demiurgo. Las Vegas era suyo.

Steve Wynn, consejero delegado de Wynn Resorts, en una conferencia en Beverly Hills, California, en 2009.
Steve Wynn, consejero delegado de Wynn Resorts, en una conferencia en Beverly Hills, California, en 2009.FRED PROUSER (REUTERS)

Divorciada de Steve Wynn

Steve Wynn se ha divorciado dos veces, y ambas de la misma mujer, Elaine, de la que se enamoró en los años sesenta. Con ella se mudó a Las Vegas y con ella fundó su imperio de casinos. La colocó, de hecho, en la junta de administración de Wynn Resorts, la empresa que él regenta con mano de hierro. El primer divorcio les sobrevino en 1986. Se volvieron a casar en 1991. La segunda separación, a día de hoy definitiva, llegó en 2009. Pero la rutina, incluso en Las Vegas, parece llevárselo todo por delante. Tras 46 años de matrimonio, y aún casado, Wynn se enamoró de la belleza británica Andrea Hissom. El subsiguiente divorcio de los Wynn no se convirtió en la guerra de los Rose. Él quiso acabar las cosas sin peleas. Le pagó 741 millones de dólares (unos 565 millones de euros) en acciones como indemnización, la dejó seguir en la junta y aceptó que siguiera viviendo en los apartamentos de lujo de uno de sus casinos en Las Vegas. En 2011, un día antes de la boda del príncipe Guillermo y Catalina Middleton, Wynn y Hissom se casaron en ese mismo casino, en el que vive la ex. Y por si fuera poco, lo hicieron el mismo día del cumpleaños de esta. Entre los invitados no estaba la reina de Inglaterra, pero acudió Donald Trump, que es, seguramente, lo más parecido que tiene Las Vegas.

The Venetian, surcado por canales y góndolas, y tocado con enormes frescos –de vinilo, por supuesto, nada de pintura–, abrió el 3 de mayo de 1999. La mismísima Sophia Loren fue a inaugurarlo, y llegó a botar una góndola, mientras Adelson en persona ordenaba que se lanzaran 100 palomas al vuelo. La gran novedad de aquel gran recinto era que ofrecía gigantescos espacios para reuniones de negocios. Una revolución. “No hemos querido construir una Venecia falsa”, dijo Adelson en la época, según publicó entonces The New York Times. “Lo que hemos construido es, básicamente, la Venecia de verdad”.

Verdad o sueño, los límites son difusos en Las Vegas. Wynn, mientras, se había convertido en uno de los prohombres de la ciudad, alguien con fama de tener mal carácter, temido por sus empleados y cortejado prudentemente por los políticos. En 1993, tres matones raptaron a su hija, Kevin. Llamaron a Wynn al Mirage y pidieron un rescate a cambio de su vida. Este les pagó finalmente 1,1 millones de euros. El FBI acabó arrestándolos en California. Por aquella época se supo, además, que el hombre que con sus grandes sueños había cambiado Las Vegas no iba a poder ver sus creaciones por mucho tiempo: se le diagnosticó retinosis pigmentaria, un conjunto de dolencias genéticas que hacen que la retina pierda sus células, provocando ceguera.

Aquello no le impidió a Wynn ir extendiendo su imperio. Tras el Mirage construyó el Treasure Island, un casino y hotel inspirado en La isla del tesoro, y el Bellagio, la joya de su corona, un recinto de hiperlujo que replica el lago de Como, con chorros de agua que bailan al ritmo de la música. Fue él quien atrajo a la compañía de saltimbanquis canadiense Cirque du Soleil a Las Vegas. Comenzaron en 1993 en el aparcamiento del Mirage, representando la obra Nouvelle expérience. Hoy tienen allí siete espectáculos.

Todas aquellas joyas inmobiliarias estaban aglutinadas en torno a Mirage Resorts, una empresa pública regentada por el propio Wynn. Las extravagancias del magnate, sin embargo, le acabaron pasando factura. Las acciones de la empresa se desplomaban mientras los gastos aumentaban. Wynn buscaba expandir más y más. Construyó un caro casino en Misisipí, con el nombre de Beau Rivage. Finalmente, en 2000, otro magnate, Kirk Kerkorian, al frente de MGM Grand, hizo una oferta por la empresa que los accionistas no pudieron rechazar: 3.351 millones de euros por todos los casinos, asumiendo 1.523 millones de deuda. A Wynn se le dieron 304 millones y se le mandó a paseo. El rey se quedaba sin Mirage, sin Bellagio y sin corona.

Su gran rival, Adelson, seguía yendo sobre seguro, lento y en ine­vitable ascenso. En 2001 se reunió con el vicepresidente de China, Qian Qichen, de quien consiguió una licencia para abrir un casino en Macao. “Será el anillo del éxito”, dijo entonces el magnate, wagneriano. “Lo que yo quiero es dejar una huella en la historia”. Sabedor de que los oficiales chinos eluden hablar abiertamente de juego, Adelson, hábil como pocos, le dijo a Qichen que su prioridad sería crear espacios para congresos y ferias de muestras. En 2004 abrió el Sands Macao. En 2007, el Venetian Macao. Ahora, sus ojos se posan sobre España, donde quiere construir Eurovegas. Para ello exige que las leyes se adapten a sus designios.

Además, Adelson se ha convertido en un gran defensor de valores ultraconservadores, apoyando con cheques millonarios al expresidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich en su fallida candidatura a la nominación presidencial republicana. Es la bestia negra de los sindicatos. Intentó que se detuviera a algunos manifestantes por protestar ante su casino. Según dijo el propio Wynn sobre su archienemigo, “Sheldon es un hombre que alberga mucha animosidad hacia mucha gente… Y cuando se enfada, las cosas se ponen feas”.

Mientras, Wynn no perdió tiempo en volver a ponerse en pie. Sin casinos, en 2002 consiguió una licencia para operar también en Macao. Con las miras puestas en Asia, a Wynn le quitaba el sueño no tener nada en Las Vegas. Había comprado otro tugurio, el Desert Inn, al norte del Venetian, sobre el que erigiría su regreso en 2005. Invirtió 1.980 millones de euros. Y al casino, el más exuberante en la ciudad, le dio su apellido: Wynn Las Vegas.

Imagen aérea de The Strip en Las Vegas, un tramo de 6,8 km del Bulevar Sur que concentra muchos de los negocios de Sheldon y Adelson, así como los casinos-hoteles más famosos de la ciudad del pecado
Imagen aérea de The Strip en Las Vegas, un tramo de 6,8 km del Bulevar Sur que concentra muchos de los negocios de Sheldon y Adelson, así como los casinos-hoteles más famosos de la ciudad del pecadoDENNIS FLAHERTY

Todo aquello fue posible gracias a la asociación de Wynn con un empresario japonés, una ballena, como se llama en Las Vegas a los grandes apostadores asiáticos: Kazuo Okada, que cuando Wynn necesitaba fondos, le dio de su bolsillo 290 millones de euros. Crearon dos casinos en Macao y otros dos en Nevada. Un matrimonio de conveniencia que se ha roto este año.

Tras numerosas desavenencias, el magnate mandó investigar a su socio y descubrió que, buscando expandir sus negocios en Filipinas, había pagado unos 84.000 euros en concepto de gastos para altos funcionarios de ese país que se habían alojado en hoteles de Wynn. Sonaba a soborno, aunque no se ha demostrado que lo fuera. Fue en realidad la excusa perfecta. Wynn convenció al consejo de dirección de la empresa para que se apropiara de las acciones de Okada, que sumaban el 20% de Wynn Resorts, valoradas en 2.132 millones de euros, a un 30% de descuento. Temeroso de represalias, Wynn, que antes no solía llevar escolta, ha contratado a un nutrido grupo de guardaespaldas.

Y Adelson ¿qué opina de esto? Por supuesto, no tiene nada bueno que decir de Wynn. “Ofrecer habitaciones gratuitas es algo endémico en esta industria”, dijo, indicando que la excusa le parecía ridícula. Era una forma más de volver a ponerle el dedo en el ojo a su gran rival, en Las Vegas, en Macao y donde haga falta. ¿Y en España? Ahí Adelson está solo. En cierto modo es una forma de explorar un terreno ahora virgen, lejos de la sombra de su competidor, aprovechando que España se halla en una dura crisis y necesita inversión y empleos con urgencia. En ese sentido, Eurovegas puede ser la corona perfecta para la regia testa del magnate. Un nuevo anillo para gobernarlos a todos.

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